La ciudadanía española dejó bien claro el domingo pasado a quien tuviera ganas de escuchar, que los mensajes de odio no son bien recibidos en esta España, que ayer se despertó mayoritariamente moderna, abierta a Europa, tolerante, comprensiva ante la diversidad, dialogante y poco dada a los extremismos, a las exageraciones y a los mensajes apocalípticos que se venían escuchando machaconamente, megáfono en mano, desde la margen derecha del río de la democracia.
Ni las amenazas de grabar a sangre y a fuego y a las primeras de cambio el famoso artículo 155 en todo lo que suene a catalán y vaya vestido de amarillo, ni las continuas llamadas a la urgente necesidad de unir un Estado que ni está roto hoy, ni lo estaba ayer, ni lo estará mañana, ni los exabruptos que provoca en algunos y algunas la sola mención de la palabra diálogo, lograron ensombrecer el ánimo y encoger la mano de la mayoría de los españoles y españolas que acudimos a las urnas el último domingo del mes de abril de este año, y mucho menos el odio que rezumaban los discursos de muchos de los dirigentes de la extrema derecha española, que pretendían celebrar en primavera lo que conmemoran en noviembre.
Una derechona valiente y sin complejos, según su propia definición, en contraposición a la derechita cobarde que encarna el Partido Popular de Casado y compañía. Una derecha que sabe de dónde viene, al parecer mayoritariamente del Valle de los Caídos, y que dicen tener claro a donde va, aunque vaya usted a saber lo que pase por esas cabezas, en contraposición con las veleidades que encarna Rivera y sus ciudadanos.
Una extrema derecha que se ha abierto hueco en el panorama político español, y que ocupará, eso sí, por voluntad popular, menos escaños de los que pregonaban las encuestas, pero demasiados según opinamos otros, que se presentó en sociedad con el dudoso honor y pésimo gusto, de contar entre sus filas con quienes justifican el exterminio judío por parte de los nazis, con quienes abominan del significado de la palabra igualdad, con quienes presumen de alentar la homofobia y xenofobia, pero que fueron convenientemente blanqueados en tierras andaluzas por aquellos que se autodenominan constitucionalistas. Sí, los mismos que se dieron cita en la madrileña plaza de Colón para darse golpes de pecho, lanzar Vivas a España, como si estuviera en serio riesgo de parada cardiopulmonar, y para exhibir banderas rojigualdas talla XXXL, como si el tamaño importase en esos menesteres.
El caso es, que tan negro panorama alentó a las huestes de la orilla izquierda del mencionado río, y removió sus conciencias con tal fuerza, que no dudaron en airear a los cuatro vientos las papeletas electorales del equipo de sus amores, desdichas y desvelos, con tal de que nuestro país siga siendo una referencia en la vieja Europa, donde las políticas sociales no tienen por qué estar subordinadas a las económicas, ni jugar un papel menor y secundario en el conjunto del Estado, sino todo lo contrario. Los números son importantes, sin duda, y en este caso cuanto más azules mejor, pero las personas que se encuentran tras ellos y sus circunstancias personales y específicas, siempre se encontrarán un escalón por encima en la escalera de las preocupaciones de quienes nos gobernaran de aquí en adelante. Pactos incluidos.
Las soflamas incendiarias de quienes anunciaban un cataclismo de proporciones bíblicas, si el PSOE de Pedro Sánchez sumaba con el Podemos de Pablo Iglesias un número de diputados y diputadas superior al obtenido por el trío de Colón, como es lógico no se han cumplido, y el IBEX 35, que por primera vez después de unas elecciones, ha cerrado su sesión de hoy lunes en verde, ha hecho, al igual que la mayoría de la ciudadanía, caso omiso al anuncio del fin del mundo, que ha resultado ser más falso que una moneda de tres euros.
El gatillazo de Casado ha sido de tal calibre, que ha hecho bueno a Antonio Hernández Mancha, ha dado validez a las encuestas del CIS, ha dibujado una leve sonrisa en la boca de Soraya y ha elevado la autoestima de Rivera aún todavía más, tanto, que no tardó ni cero coma en autoproclamarse líder de la oposición, a pesar de tener menos votos y menos diputados que el PP, pero eso a él le da igual, su ego es tan grande que puede con todo lo que le echen encima. No en vano, la noche electoral, tras conocer que sería la tercera fuerza política en el próximo Congreso de los Diputados, presumía de estar cerca de alcanzar el gobierno, ante el estupor de propios y extraños, claro, que de quien presume de haber nacido para echar a otro, se puede esperar cualquier cosa menos modestia, moderación y un poco de humildad.
Mientras que en la otra orilla, Pablo Iglesias, en el nuevo rol que encarna de padre prior, se presentaba humildemente como imprescindible para conformar un gobierno de izquierdas. Del quinto en discordia, perdóname querido lector si no le dedico ni una palabra más.
Pedro Sánchez tiene ante sí una enorme tarea, y no me refiero solo a la de intentar formar gobierno, sino a la de cumplir lo prometido, no defraudando la confianza de los casi siete millones y medio de almas que hemos puesto en sus manos el destino de nuestro país. Confianza en el proyecto socialista, toda, respaldo al Presidente, todo, se lo ha ganado a pulso. Sí en diez meses de gobierno con ochenta y cuatro diputados ha sido capaz de sacar adelante proyectos y leyes de marcado carácter social, que no será capaz de hacer en cuatro años con una sustancial mayoría parlamentaria que lo respalde.
Este primer envite lo hemos ganado y sacado adelante con nota, y dentro de poco menos de un mes disputaremos la final que se juega en Castilla-La Mancha y en Albacete. Tampoco ahí podemos permitir que las derechas sumen, y hoy, con los resultados de ayer, suman, por poco, pero lo hacen.
Si hemos hecho lo posible que España tenga un gobierno presidido por un socialista y una mayoría progresista en el Congreso, ¿cómo vamos a permitir que en Toledo y Albacete gobierne la derecha en cualquiera de sus tres versiones, ya sea en conjunto o por separado?, ¿a que no?, pues eso, a la faena, que para mañana es tarde.