“TEMPUS FUGIT”
El tiempo vuela. Año 1994, mi primera Marcha, la XII. He tenido que andar escarbando en el fondo del armario para averiguar el dato. Ni un papel, sólo unas pocas fotos. La recuerdo con cariño. Se me ve con vaqueros y zapatillas blancas, de las de tenis, y un saco de verano. Con dos cojones. La primera noche en Pedro Ándrés pasé mucho frío, y las demás noches, también. Y una vara de retama que me regaló un pastor, que me acompañó muchos años.
A pesar de las dificultades y la novatada, repetí al año siguiente, y otros. Algo tiene la Marcha que te engancha, y te marca. O la amas, o la odias, según te vaya. Muchas personas vienen y no vuelven, algunos otros repiten, y con esos me quedo.
En el deambular por la sierra albaceteña, visitamos multitud de aldeas y cortijos, con sus costumbres y formas de vida, algunas de ellas todavía entonces habitadas con sus últimos moradores, que se resistían a abandonar el lugar que los había los había visto nacer. La emigración y la despoblación ya habían hecho estragos. Y asistimos a verlo.
Personajes irrepetibles, como Venerable, el de Yetas, con su liadillo de tabaco verde en la boca. Lo olíamos desde lejos. Siempre nos acompañaba hasta el Calarico Heredia. O Porfirio, el de La Graya, que trabajaba el esparto, especialista en hacer sujetadores para las mujeres sin necesidad de tomar medidas. Un artista. Y el más entrañable, Hilario, del Arguellite, el aguardientero de la sierra. Cargaba a su borrica Paloma con la caldera e iniciaba su peregrinar anual por los cortijos de la zona, a destilar el orujo para hacer el aguardiente, sin prisa. Economía de subsistencia, sin facturas. Ya hace tiempo que nos dejaron.
Y empiezas a conocer la sierra, a saber orientarte con mapa y brújula, que no existían los GPS, ni los teléfonos móviles tampoco. A hacer uso del curvímetro, un aparatejo con una ruedecilla que pasabas por encima de las líneas del mapa, y con el que podías calcular con cierta precisión las distancias de las distintas etapas. Pocos lo conocen, pero a nosotros nos ayudó en su momento para diseñar sobre el mapa las etapas de cada año.
Y en el camino multitud de vivencias, anécdotas, montañas, sendas, ríos, aldeas, tormentas, grandes nevadas, algunos malos ratos, y algunos buenos amigos. Ellos lo saben, porque lo hemos vivido juntos. No se olvida.
Porque participar en la Marcha significa convivir con un grupo de personas desde la mañana a la noche, y así durante siete días, y así desde Nerpio hasta Alcaraz, compartiendo muchos momentos que se viven con intensidad, que se guardan en el recuerdo. Un año sí, y otro también. Ese es el espíritu de la Marcha. Al menos para mí.
Pero hay que mirar para adelante, porque en el horizonte tenemos ya la XLII, que se dice pronto. Un año más.
¡Buena Marcha a todos! No podré acompañaros, pero me acordaré de vosotros.
¡Viva la Marcha Nerpio-Alcaraz!
Larga vida
Gerardo González Montero