En la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, sin previo aviso se construyó un muro que dividió la ciudad de Berlín en dos partes, 45 kilómetros de alambradas, fuertemente custodiadas por la policía de la República Federal Alemana. Un muro llamado de protección antifascista por los constructores y de la vergüenza por los occidentales, un muro que separó familias, que imposibilitó reconciliaciones, que levantó fronteras donde antes transitaba libremente la ciudadanía berlinesa, un muro que fue la tumba de más de 200 personas que intentaron en vano cruzar de una Alemania a otra Alemania, y un muro que dividió Europa en dos partes, la del Este y la del Oeste, la una bajo la órbita de la antigua Unión Soviética, y la otra bajo una inspiración más democrática, con excepciones como la España franquista.
Más de cien años antes, en 1852, Karl Marx publicó un ensayo en un diario de obreros alemanes de Nueva York, titulado El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en el que aparece la frase “La historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa”. Y mucho me temo que en la crisis de los refugiados sirios la historia amenaza con repetirse, una vez más.
La construcción del muro de la vergüenza berlinés fue sin duda una tragedia, y el acuerdo alcanzado el pasado 18 de Marzo entre la Unión Europea y Turquía por el que los refugiados, mayoritariamente sirios, que lleguen a territorio griego, vamos a la vieja Europa que dijo aquel, sean deportados sin más trámite a Turquía, resulta una farsa en toda regla, porque supone la reinterpretación de la realidad a través del simbolización.
Aunque la realidad es muy tozuda. De lo que se trata, de lo que hablamos, es de levantar un nuevo muro, sin que esta vez sea necesario, al menos de momento, ni alambradas, ni hormigón armado para que no lleguen a pisar suelo europeo las miles y miles de personas desplazadas que huyen despavoridas de Siria, temiendo perder su vida en una guerra civil que comenzó en 2011, por mucho que se disfrace bajo el simbolismo del intercambio de refugiados, para dejar fuera de juego y en el limbo de los limbos a ciudadanos provinentes de Irak, Afganistan o Eritrea que viven, como Siria, en sempiternos conflictos bélicos. Desgraciadamente, ahora, llegar a Lesbos ya no garantiza nada.
Con este acuerdo, los veintiocho se han querido quitar de encima la presión migratoria sobre las fronteras exteriores europeas, Turquía hace caja con el acuerdo y se garantiza que 75 millones de ciudadanos turcos puedan circular sin apenas restricciones por las fronteras interiores europeas, y los pobres refugiados sirios ya no podrán alcanzar Alemania desde Grecia por la ruta de los Balcanes, sino que cambiarán de residencia, dejando de malvivir en el campamento de Lesbos, para seguir malviviendo en el puerto turco de Dikili.
Tan solo 44 Kilómetros en línea recta separan ambas ciudades, pero la distancia aumenta hasta límites insospechados cuando caemos en la cuenta de que quien antes estaba en Europa ahora se encuentra en Asia, y la cosa cambia, y además para mal, como si ya no tuvieran bastante con haber tenido que abandonar su país, su ciudad, su casa, su trabajo y su familia, para embarcarse en una viaje sin retorno cierto, con lo puesto, con el temor de ser presa de los desalmados que pretenden hacer negocio con las desgracias ajenas y con única la esperanza de no dejarse la vida por el camino, tras haber decidido no perderla en una guerra absurda entre alauís, chiítas o sunís.
Pisar suelo europeo era el sueño de los refugiados sirios, al igual que El Dorado lo fue para los conquistadores españoles, alcanzar la Tierra Prometida para los israelitas, o el Valhalla para los vikingos, y para algunos solo será eso, un sueño que esperemos no se convierta en pesadilla, por obra y gracia de los miedos y temores de los dirigentes de la Unión Europea, que han pasado de asignar cuotas a los estados miembros, a fletar barcos y poner pasta para deportar desplazados sirios de Europa a Asia, y en esto último hay que ver que eficaces y diligentes han sido, en tan solo un par de semanas han sido capaces de poner en marcha las deportaciones. Diligencia y eficacia que brillaron por su ausencia cuando de ponerse de acuerdo en asignar cuotas se trataba, meses se tardó en alcanzar un acuerdo y meses han pasado desde entonces sin que se cumplan, y para muestra bien vale un botón, a España tan solo han llegado 18 refugiados de los casi 16.000 que se le asignaron.
Rajoy, Presidente en funciones, que no funcionando, defendió el acuerdo en sede parlamentaria e incluso presumió de haber introducido mejoras a la redacción inicial del mismo, que así sería, para justificar su voto a favor en la cumbre europea, desoyendo o interpretando a su conveniencia, que no se que es peor, el mandado parlamentario que establecía una serie de líneas rojas inasumibles para la mayoría parlamentaria, toda vez que se rechazaban las expulsiones masivas de los refugiados llegados a Grecia, se exigía la tramitación individualizada de todas las solicitudes de asilo y se pedían garantías de respeto a los derechos humanos de los que sean devueltos a Turquía, lo que le valió un serio revolcón, entiéndase parlamentario, la única vez en la que se ha dignado dar cuenta de su gestión a la legítima representación de la ciudadanía mientras permanece en funciones, vamos como para volver corriendo la próxima vez que se le cite.
Dijo Séneca que “la visión más valiente del mundo, es ver a un hombre luchar contra la adversidad”, y adversidades en estos momentos inciertos no faltan contra las que luchar. Donald Trump quiere construir un muro que separe Estados Unidos de Méjico y que además lo paguen los mejicanos, Europa construye su propio muro de contención para los desplazados sirios sobre el acuerdo de deportación con Turquía y las guerras civiles de Eritrea, Afganistán, Somalia o Sudán diezman a las minorías étnicas y mientras todo esto pasa en el mundo, mucho me temo que nuestros actuales dirigentes siguen sin recordar lo que único que supuso la construcción del muro en Berlín fue desesperación, ausencia de libertad, injusticia y desesperanza mucha desesperanza.
Si queremos vivir en un mundo valiente, luchemos contra la adversidad, no permitimos gobiernos xenófobos, exijamos acuerdos dignos para gentes desesperadas y no permitamos gobernantes que desean la paz, mientras que se preparan para la guerra, y para esa lucha solo tenemos como arma nuestro voto, utilicémoslo con inteligencia, a fin de cuentas es lo único que tenemos.