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Valeriano Belmonte, Cronista de la Ciudad, por Rosa Villada

Querido Valeriano:

Quiero escribirte como si aun estuvieras vivo. Porque lo estás, estás más vivo que nunca. Sé que tu cuerpo reposa en el interior de un ataúd, como corresponde a cualquier ser humano que ha finalizado ya su camino por esta hermosa Tierra. Pero también sé que todavía estás entre nosotros, antes de subir hacia tu Luz. Por eso quiero escribirte pronto, para que te dé tiempo a leerlo, antes de que esa personalidad llamada Valeriano Belmonte se vaya de este mundo para siempre, y solo quede en nuestro recuerdo.

Parece que fue ayer cuando te veía entrar a La Voz de Albacete, para llevarle a nuestro director, Demetrio Gutiérrez Alarcón, tus dibujos y tus escritos. Han pasado ya muchos años desde aquellos tiempos, ¿verdad? Sin embargo, tú siempre has seguido estando presente en la vida de esta ciudad, y en la mía propia.

No has faltado a la presentación de ninguna de mis once novelas. En las primeras, aun estabas trabajando en Correos, aparcabas tu moto en la puerta de la Biblioteca de San José de Calasanz, pasabas corriendo, leías tus elogios hacia mi persona, y regresabas corriendo a subirte en la moto y a continuar con el reparto.

No has necesitado teléfono móvil para mantener la comunicación con los numerosos amigos que dejas en esta ciudad. Siempre has estado ahí, de forma desinteresada, dando a todos sin esperar nada a cambio. Y, esto, Valeriano, déjame que te lo diga, en estos tiempos sombríos que vivimos, es mucho decir. Mucho.

Sé que ahora todo el mundo se lamenta de tu marcha de este mundo. Pero también sé que nunca se te ha reconocido lo suficiente. Sí, sí, ya sé lo que vas a decirme, que tú no lo necesitabas, que los reconocimientos quedan para otros considerados más importantes. Tú siempre hablabas de tus “dibujitos”, “palabritas”, siempre en diminutivo, como si no tuvieran ningún valor. ¡Y claro que lo tenían! Porque el valor eras tú mismo como persona inigualable que nos has obsequiado, indiscriminadamente, con tu cariño. Una persona “buena, en el buen sentido de la palabra bueno”, como decía Antonio Machado.

Quizás ahora que ya no estás aquí, le pongan tu nombre a una calle o te otorguen algún tipo de reconocimiento. ¡Ahora que ya no te hace ninguna falta! No se lo tengas en cuenta, los humanos somos así, somos buenos enterradores. Solo tras la muerte se otorgan medallas, que prenden en los ataúdes, y se conceden cruces a no sé cuántos méritos.

De sobra sé que tú nunca has buscado nada de eso. Seguramente porque has tenido el cariño de tantas y tantas personas de esta ciudad; algo que vale mucho más que todas las medallas y reconocimientos de este mundo tan hipócrita, que valora solo la apariencia, en lugar de la esencia que reposa en el interior de las buenas personas, como tú. Es muy difícil, Valeriano, que haya tanta unanimidad respecto a tu persona y que tanta gente me haya dicho, al conocer tu tránsito a otra vida, que se ha ido “un buen hombre”.

Quizás muchos ignoran que ibas todos, pero todos los días, al cementerio. Lloviera, tronase, con calor abrasador o con frío albaceteño. Ibas a hacer “la visita”, como tú la llamabas, ibas a estar un rato frente a las tumbas de tus familiares fallecidos, tu madre, tu querida hermana. Sabemos que las tumbas solo albergan huesos, tú también lo sabías. Pero aún así seguías acudiendo cada día a hacer “la visita”. Seguro que ahora ya podrás encontrarte con ellas en otro plano de la existencia. Me alegro mucho por ti, Valeriano.

Hoy es un día triste para mí, lo confieso; no debía ser así, debía estar contenta porque tu alma haya emprendido su nuevo camino. Sin embargo, lloro tu muerte. Sé que lo hago de forma egoísta. En realidad, lloro por mí. Porque ya no estarás cuando presente mi próxima novela, y te echaré de menos. Así como tus llamadas, los dibujos que me regalabas, tus palabras exageradamente elogiosas para mi persona, y las invitaciones a tus exposiciones… A las que nunca acudía. Te pido disculpas por ello. No tengo excusa. Ahora lo lamento.

Y, sabes qué, se me ha ocurrido algo que creo que te gustará.

Por el poder que me otorga el cariño que siempre me has profesado y que ha sido mutuo, te nombro Cronista de la Ciudad de Albacete. Ese honor me lo otorgó a mí el Ayuntamiento hace unos años, y ahora quiero compartirlo contigo, porque no creo que nadie en Albacete tenga más méritos que tú has tenido, para ejercer como lo has hecho. Siempre ahí, en la calle, siempre con todos, siempre al pie del cañón.

No puedo darte diplomas ni medallas, ya no las necesitas, pero sí puedo compartir contigo el honor que se me otorgó, y lo hago de corazón. Aunque no sea algo oficial, sí es una muestra de cariño para devolverte, de alguna manera, el que tú me has dado siempre, y a esta ciudad, de forma desinteresada y sin esperar nada a cambio.

Tampoco lo hago a título póstumo, que conste, porque no te considero muerto, sino vivo. Más vivo que nunca.

Y ya solo me queda desearte que descanses de tu frenética actividad por estos lares, y que tengas un buen Camino, amigo Valeriano.

Hasta siempre.

Rosa Villada

La otra Cronista, junto a Valeriano Belmonte, de la Ciudad de Albacete