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El sitio de mi recreo, por Francisco Villaescusa

“Donde nos llevó la imaginación, donde con los ojos cerrados se divisan infinitos campos, donde se creó la primera luz junto a la semilla de cielo azul, volveré a ese lugar donde nací”. Así comienza “El sitio de mi recreo” de Antonio Vega. Y eso ha sido el Carlos Belmonte para mí. Eso y mucho más.
 
El primer recuerdo que mi memoria tiene procesado, archivado y localizado del Estadio data del 24 de junio de 1975, en concreto la tarde-noche del homenaje a Gabriel Martínez “Monroy”. Todavía conservo una entrada de aquel partido. Yo tenía seis años y mi padre me llevó a ver el adiós de su amigo como futbolista.
 
Tuve la fortuna de pasar mi infancia a apenas 400 metros del Calos Belmonte y la instalación fue para mis amigos, vecinos y coetáneos nuestro lugar de ocio, aventuras y todo tipo de travesuras que hoy, que ya han prescrito, se pueden confesar. La tapia era la puerta de acceso al paraíso, por allí saltábamos para jugar furtivos partidos de fútbol en el césped, bañarnos por la noche en la piscina olímpica, disputar torneos de frontón, tenis, baloncesto y lo que hiciera falta. Actividades sanas en la clandestinidad, no es que fuese legal la forma de hacerlo pero tampoco hacíamos daño a nadie.
 
En la adolescencia ya era parte de la familia del “Alba”. Varios años en la cantera y a entrenar allí casi a diario, jugar de vez en cuando algún partido en ese césped y afianzar mi relación con el Estadio. Por si fuera poco, el bachillerato lo cursé en el mítico Tomás Navarro Tomás, el Instituto nº 2, por lo que esas horas libres que a veces te encontrabas a media mañana las pasaba viendo los entrenamientos del Albacete. Así fui creciendo, con el Carlos Belmonte como telón de fondo. “De nieve, huracán y abismos, el sitio de mi recreo”.
 
La vida pasó y a la vuelta de completar los estudios universitarios en Murcia el Carlos Belmonte se volvió a cruzar en mi vida. Ahora se había convertido en mi oficina, mi lugar de profesión. Allí comencé a redactar mis primeras crónicas sobre los  partidos del Alba, allí encontré la forma de ganarme el pan nuestro de cada día.
 
He visto pasar cientos de futbolistas, decenas de entrenadores, he gozado con los ascensos de mi equipo, he llorado con los descensos, he conocido a gente maravillosa y también a auténticos cretinos. El Carlos Belmonte y yo crecimos juntos, es algo así como mi hermano de cemento y césped. Escribir su historia ha sido una miscelánea entre emoción y autobiografía. “Silencio, brisa y cordura dan aliento a mi locura. Hay nieve, hay fuego, hay deseo, allí donde me recreo”.
 
Francisco Villaescusa
Documentalista. Informador deportivo. Corresponsal del Diario MARCA en Albacete desde 1993