Por Julio Martínez
Ya no hay horarios. Otoño. Han vuelto las resacas gordas de los domingos. No hay mejor ibuprofeno en el día del Señor que un partido de fútbol a mediodía. Mi prototipo de domingo de fútbol es Simeón botando una falta desde el banquillo cuando ya rugen las tripas. De pequeño creía que los domingos siempre hacía buen tiempo porque en el partido del Plus siempre había sol y camisetas de tirantes con el logo de ‘El Niño’. Poco a poco va volviendo la luz. La incertidumbre de la tasa de incidencia, del mascarilla sí, mascarilla no y del inquisitorial «a las 12 a casa» se va reduciendo como la escarcha cuando ese sol dominguero va ganando terreno a la fría oscuridad.
La victoria del Alba es un alivio siempre. Mientras, seguimos celebrando cada nuevo pasito en el camino hacia la vida que se esfumó por el microbio de los cojones. Los hay que celebrarán eso, que gana el Alba. Otros estarán felices porque regresará Ansu Fati y habrá quien brinde este domingo por el cumpleaños de su hija o por el aniversario de su boda, aunque de esto último no estoy muy seguro. En definitiva, es un domingo feliz, pero a mí nada me ha llenado más que volver a ver a mi amigo Davichin en el Carlos Belmonte. David es el Labi Champion de Albacete. David, este domingo, es el hombre más feliz del mundo. Dos años después ha vuelto a su jardín del Edén. Me pone un WhatsApp y me dice que su ilusión es hacerse una foto con Raúl. En su casa tiene más fotos con futbolistas que cuadros de toreros hay en El Callejón de los Gatos.
Cuando Raúl venía de capitán del Madrid, Davichin ya sufría con su Alba. El fútbol es en ocasiones como el mar, te acaba devolviendo todo, pero especialmente los recuerdos. La nostalgia de algún momento que no sabes si volverá. El primer morreo furtivo en la playa por la noche. La primera cervecita en la arena de San Juan. El fútbol a David le habrá traído hoy muchos recuerdos. Ojalá el Alba le devuelva pronto la ilusión por competir con los más grandes. Como lo hacía cuando conoció a su ídolo, Noguerol. O cuando jaleaba cada parada de su Jonathan. David siempre vibraba con las carreras de Adriá y hasta hablaba «maul», como ellos. Todo eso, seguro, volverá.
Cuando Simeone se vio mal en el Atleti le pidió a Irene Villa que fuese al vestuario a tratar de motivar a su plantilla. En el Albacete, cuando las cosas no terminaban de salir en los años complicados era Davichín el que ponía firme a los jugadores con su chubasquero de Kelme. David es la madre del Albacete. Gane, pierda, suba o descienda, jamás le deja solo. Siempre le arropa. Le puede levantar la voz y estoy seguro que alguna vez lo ha castigado y se ha ido a darse un paseo por su Paterna del Madera, pero siempre regresa. Por eso, vuelva o no el Alba a ser el de las grandes ocasiones, yo este domingo celebro que ha vuelto Davichín, el hombre más feliz del mundo.