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Por Julio Martínez
Si en lo que va de siglo has jugado en alguna liga municipal de fútbol en Albacete te habrás cruzado con él. Trapío considerable, un grande en todos los sentidos. La primera vez que coincidí con Emilio debió ser en 2004, alguna tarde de abril en el pabellón del Parque. Nos jugábamos ganarle la liga a Escolapios con el alevín del Compañía de María. El Betis-Sevilla de los concertados de pijos. Emilio era el árbitro, entonces era uno de los ojitos derechos de Conde. Luego su relación pasó a mejor vida cuando Emilio mutó en Papi. Porque El Papi es, esencialmente, una buena persona. Cinturón negro en buscar el bien de los suyos, que han sido muchos a lo largo de dos décadas de fútbol de barrio.
Pero caminando recto no se puede llegar muy lejos y él fue siempre un localizador de atajos. Siempre por el bien de los chavales que jugaban al fútbol. Porque esa ha sido su pasión: el Real Madrid y por supuesto su Imperial. Los que hemos pasado por ahí sabemos lo que es la entrega desmedida a un proyecto que le ha dejado de todo menos dinero. Que le ha granjeado amistades, pero que también le puesto en el camino a no pocos chuflones.
Empadronado en el IMD, no ha hecho otra cosa que desvivirse para que el Imperial ganase. No era un entrenador, nunca ha pretendido serlo. El Papi no te daba clases de nada, solo te enseñaba que competir y ganar tenían que ser sinónimos.
Un tipo exquisito en el trato y dispuesto siempre para su parroquia. No hay favor más barato que el que puedes cobrarte con dinero, por eso él miró siempre más allá. A lo largo de 20 años de sueños y desvelos metió muchas veces la pata. Nunca con malicia. Estuvo con y contra el IMD, dentro y fuera. Recuerdo el día que le sancionaron, yo estaba en esa reunión con los capos. Unos años alejado de su criatura, el Imperial, por el único delito de poner a tres juveniles jugando con el senior. Tres chavales de 17 jugando con los de 18. Una anécdota más en una carrera de leyenda.
Porque El Papi es ya una leyenda. Es historia del IMD porque todos, de una u otra forma, le hemos conocido. No sé si El Papi ha sido ejemplo de nada en lo deportivo, pero en lo humano, Emilio Castillo Lozano ha sido, es y será un referente. Con sus equipos siempre tuvo líos. Con los árbitros, alguno que otro. Con los rivales, qué les voy a contar. Pero cuando terminaba aquello, El Papi te echaba la mano, te preguntaba qué tal y todo estaba bien. Es un Peter Pan de carne y hueso, se negó a crecer y quiso siempre esa eterna juventud que te da la competición más primaria, que es la de tu barrio. Y en Albacete otra cosa no, pero competir contra El Papi siempre ha sido duro. Ahora deja el fútbol, pero el legado del Imperial FS ahí queda. A Emilio le irá bien, se lo ha ganado.