TEXTO: Mª DOLORES MUNERA // FOTOGRAFÍAS: JOSEMA MORENO
Esta Nochebuena será agridulce, sin lugar a dudas, para las familias de refugiados ucranianos que pasarán la Navidad en la comarca de La Manchuela, la mayoría en Casas Ibáñez, pero también en Alborea y Casas de Ves. En total, la iniciativa de Ibañeses por la Solidaridad y el Ayuntamiento de Casas Ibáñez facilitó la llegada de cerca de una docena de familias de refugiados a esta comarca. Comenzaron a llegar en el mes de marzo, cuando la invasión rusa en su país hacía pocas semanas que había comenzado, con la idea de volver a los seis meses, pero de momento tienen que seguir aquí.
Se habla de familias pero la mayoría tienen un denominador común: vinieron solamente mujeres y niños, mientras que sus padres, hermanos o maridos siguen en Ucrania, varios de ellos combatiendo en el Ejército, por lo que no pueden evitar pasar de la sonrisa con la que nos atienden a las lágrimas que, con demasiada frecuencia, se dibujan en su rostro por lo difícil del año que están viviendo.
Una de las familias, que cuenta con una casa que ofreció una vecina de Casas Ibáñez en Alborea, sí está aquí el padre de familia porque padecía diabetes y pudo salir de Ucrania, pero es la excepción.
Esta semana, el Ayuntamiento de Casas Ibáñez organizaba una merienda navideña para las personas ucranianas que están acogidas en la comarca, así como para los vecinos que, a través de Ibañeses por la Solidaridad o a título particular -por ejemplo cediendo de manera gratuita viviendas para alojarles- han hecho posible que estén aquí.
En Masquealba, volvemos a las instalaciones del Mercado Municipal, donde estuvimos a comienzos de abril para conversar con las ucranianas que acaban de llegar. Entonces, montañas de ropa y enseres, donados por multitud de vecinos de Casas Ibáñez y otras localidades, se almacenaban aquí. Ya fueron repartidos entre quienes llegaron y esta vez en el local las mesas con chocolate y dulces son los protagonistas. También las flores de Pascua y las tarjetas de Navidad que entregan a quienes se han volcado en ayudar a los refugiados.
La inocencia de los niños, que no dejan de correr, jugar y reír, contrasta con la preocupación que se evidencia en sus madres, pese a que esbozan constantemente sonrisas de agradecimiento por el trato que han recibido desde que llegaron.
Estremece escuchar sus relatos, en inglés o en ucraniano con ayuda de Román, un paisano que lleva ya 22 años en Casas Ibáñez y a cuya casa llegaron en marzo su nuera y su nieta, de tres años. De hecho, en abril, él acudió a nuestra entrevista con ellas. Pero, ahora, ambas a regresado a Ucrania con el hijo de Román, porque querían estar un tiempo con él y porque «tenemos la ‘suerte’ de vivir en una zona cerca de Polonia donde el conflicto, al menos por ahora, no es tan cruel», como apunta Román, que no puede ocultar su preocupación.
Hay una frase que siguen repitiendo todas las personas refugiadas, también quienes les han facilitado su acogida, que eriza la piel y no deja de resonar en nosotros mismos: «es que somos gente como vosotros, que un día tuvimos que dejarlo todo atrás, escapar con miedo sin saber dónde íbamos ni cuándo volveríamos a nuestra casa, no sabemos ni si estará cuando podamos volver».
Se suma a otra en la que coinciden todas las madres con las que hablamos allí y que cuyos maridos están en Ucrania, dos de ellos en el Ejército: «No podemos hablar con nuestra familia que está allí sin dejar de llorar».
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Incluso María, madre de una niña de 7 años, Sofía, que es una mujer de lo más sonriente, no puede reprimir las lágrimas al recordar que lleva una semana «sin poder hablar con mi marido, que está en el Ejército». Y hasta reconoce que cuando consigue hablar con él tiene que colgar y escribir por programas de mensajería para seguir la conversión porque es incapaz de dejar de llorar.
En Casas Ibáñez vive junto a otra ucraniana a la que conoció en uno de los búnker antes de poder salir de Ucrania, dirección a Polonia, desde donde se trasladaron a Casas Ibáñez. Aquí, consiguieron poder estar ambas y la hija de María en una misma casa. La que ofreció Laura Poveda.
María destaca que «nuestra familia de Casas Ibáñez nos ofreció el bajo del edificio donde ellos viven en varios pisos y nos han acogido como tres familiares más». De hecho, van a cenar todos juntos esta Nochebuena, pero también han celebrado ya varios cumpleaños.
Laura confirma esa buena relación y bromea con que «siempre digo que ellas son mis hermanas ucranianas». Incluso su hija pequeña se lo pasa en grande jugando con la hija de María.
Tanto María como su hija hablan ya un envidiable español y la niña está escolarizada con total normalidad en el colegio de Casas Ibáñez, al que acuden otros niños acogidos. Ella sigue trabajando, por remoto, en su puesto en Ucrania.
Nos sentimos muy bien con nuestra familia de Casas Ibáñez, aunque estamos deseando poder volver a Ucrania», destacaba María.
Ya había venido alguna vez a España, de viaje, porque tenía dos agencias en su país, pero «nunca había venido a Castilla-La Mancha ni Albacete y ahora me encanta».
Albacete es muy parecido a Harkov, así que aquí estoy bien. Se lo he dicho a mi marido, que son muy parecidos», apunta.
Tratarán de disfrutar las Navidades de la mejor manera posible, «porque estamos encontrando mucho cariño en España».
Laura, por cierto, destacaba la solidaridad que ellos también encontraron cuando decidieron ceder el bajo del edificio donde viven para acoger a ucranianas. Hubo amigos y vecinos que les donaron muebles e incluso el pintor no quiso cobrarles el trabajo para colaborar así con la iniciativa.
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SALIÓ DE UCRANIA CON SU HIJA Y DESPUÉS LLEGARON OTROS DOS
Natasha vive en Casas de Ves y llegó al poco de estallar la invasión rusa en Ucrania con su hija Milana. Después han llegado otros dos de sus cuatro hijos, Misha y Danya, si bien el mayor de todos -de 14 años- ha preferido quedarse en su país.
Su marido también está en el Ejército y no siempre consigue internet para poder llamarla, así que cada día lo afrontan con la incertidumbre de si tendrán noticias suyas.
Como otras de sus compatriotas, acude a la Escuela para Personas Adultas de Casas Ibáñez para recibir clases de español y ya puede desenvolverse en nuestro idioma.
Agradece que «la gente nos ha ayudado con todo, incluso ahora para que podamos decorar la casa por Navidad y llevar algo mejor estas fechas».
Hemos encontrado mucha ayuda aquí, en todo. Nos emociona el trato», destaca.
A la cita acuden también Cándido Murcia y su mujer, Elena, que han puesto a disposición de refugiadas ucranianas un piso, en el centro de la localidad, al que en abril llegaron ocho mujeres y niños de dos familias.
En ucraniano, y a través de Román, las refugiadas que permanecen en la vivienda se desviven en agradecimientos para todo el pueblo de Casas Ibáñez, destacan que aquí están «muy bien, sentimos el calor de los vecinos», aunque siguen deseando volver a Ucrania.
Una madre, cuya hija ya regresó hace unos meses a Ucrania, nos explica que trabaja en Champinter, en Villamalea, donde varios refugiados han encontrado un puesto de trabajo y reconoce que las Navidades, aunque aquí encuentran mucha solidaridad, van a ser «muy difíciles».
Relatan que «hablar con nuestros hijos es acabar llorando porque la situación allí sigue mal».
Aquí trabajo en el champiñón, estoy aprendiendo un poco de español y me desenvuelvo como puedo», apunta, pero no oculta su deseo de que acabe el conflicto pronto en Ucrania y puedan regresar.
Su familia vive más cerca de Kiev y allí la situación «está muy mal, muchas veces incluso sin agua», cuenta, sin poder evitar emocionarse por el profundo dolor que le produce la situación.
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Kyrylo es el padre de familia que sí pudo viajar a España. Tienen una casa de acogida en Alborea, que ofreció una vecina de Casas Ibáñez. Aunque él ahora ha estado trabajando en Mallorca, que fue donde encontró un puesto de trabajo más estable.
Estos días de Navidad los pasa en Alborea, junto a su familia. Su mujer relata que es el segundo conflicto en Ucrania que le toca vivir y confían en poder volver a su país con su familia.
Los vecinos de Casas Ibáñez nos cuentan cómo una mujer y su hija y otro matrimonio con sus hijos que estuvieron aquí unos meses -que nos contaron sus historias en abril- ahora se encuentran en Estados Unidos, donde se trasladaron tras haber pasado de vuelta por Polonia.
Serán miles y miles los refugiados ucranianos que esta Nochebuena cenen lejos de su país natal, con el deseo más presente si cabe de que el conflicto acabe y poder volver. También con la esperanza de que, cuando se produzca esa vuelta, sus padres, su maridos o sus hijos sigan con vida y logren volver a abrazarles.
Mientras tanto, voluntarios como los de Ibañeses por la Solidaridad; trabajadores de Servicios Sociales de ayuntamientos como el de Casas Ibáñez o familias que han cedido viviendas para que puedan tener una vida mejor, como Cándido o Laura, seguirán siendo los ángeles de la guarda de los muchos refugiados que tuvieron que escapar con lo puesto de sus viviendas, con la incertidumbre de no saber qué pasará con sus casas y cómo serán sus vidas cuando la invasión rusa acabe. Un fin de la invasión que desean con todas sus fuerzas en una guerra que dura ya demasiado tiempo.
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Flores de Pascua y tarjetas de Navidad que entregan a quienes se han volcado en ayudar a los refugiados
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