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Las emotivas historias de los refugiados ucranianos agradecidos con Casas Ibáñez

TEXTO: Mª DOLORES MUNERA / FOTOGRAFÍAS: JOSEMA MORENO

Vecinos de la localidad de Casas Ibáñez, en el corazón de la comarca de La Manchuela, junto a la iniciativa Ibañeses por la Solidaridad y el Ayuntamiento del municipio han tejido una red de solidaridad con el pueblo ucraniano que ha facilitado, hasta el momento, la llegada a esta comarca de más de 30 refugiados, en su inmensa mayoría mujeres, niños y niñas que tras el ataque de Putin a su país tuvieron que salir prácticamente con lo puesto, dejando atrás su vida, sus hogares, sus trabajos y a sus maridos y otros familiares.

Lo hicieron con temor, con el deseo común de que la invasión y masacre por parte de Rusia en Ucrania cese y poder volver a su país pero, hasta entonces, agradecen el calor, las viviendas y los recursos que han encontrado en municipios como Casas Ibáñez.

Estremece escuchar sus relatos, en inglés o en ucraniano con ayuda de Román, un paisano que lleva ya 22 años en Casas Ibáñez y a cuya casa llegaron hace tres semanas su nuera y su nieta, de tres años -que corretea sin perder la sonrisa por el local, durante las entrevistas-.

Una frase que repiten todas, también quienes les han facilitado su acogida, eriza la piel y no deja de resonar en nosotros mismos: «es que somos gente como vosotros, que un día tuvimos que dejarlo todo atrás, escapar con miedo sin saber dónde íbamos ni cuándo volveríamos a nuestra casa, no sabemos ni si estará cuando podamos volver».

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A la cita acuden también Eva María Murcia, una joven emprendedora de la localidad y sus padres, Cándido y Elena, que han puesto a disposición de refugiadas ucranianas un piso, en el centro de la localidad, en el que desde hace unos días viven ocho mujeres y niños de dos familias.  

En ucraniano, y a través de Román, las refugiadas se desviven en agradecimientos para todo el pueblo de Casas Ibáñez, destacan que aquí están «muy bien, sentimos el calor de los vecinos», pero reconocen que esperan volver cuanto antes a su país «y que sigan estando bien nuestros familiares y nuestros hogares». Además, dejan claro que Cándido Murcia y su familia estarán invitados a conocer Ucrania cuando todo pase, con el deseo de que ese viaje para devolverles su hospitalidad aquí pueda darse cuanto antes.

Entre todos, refugiados ucranianos y vecinos de Casas Ibáñez que se han organizado para acogerles han tejido una enorme red de solidaridad que es visible con pasar un par de horas en el local donde los vecinos pueden llevar, por ejemplo, alimentos para ayudar. Aunque la recogida es por la tarde, de días alternos, también por la mañana no dejan de acercarse vecinos a llevar ayuda, en cuanto ven abiertas las antiguas instalaciones del Mercado Municipal. Ahora centro neurálgico de la solidaridad ibañesa.

El Ayuntamiento también está facilitando las clases de español para los refugiados y así lo agradece, por ejemplo, Tatiana, otra de las mujeres refugiadas que ha llegado hasta Casas Ibáñez y que destaca la paciencia de José María, su profesor de español en esta localidad; o de voluntarios que les han facilitado su llegada y estancia aquí, como Paqui Soriano, también presente en este encuentro.

Eva María Murcia, que cuenta con una Asesoría en Casas Ibáñez, explica que en cuanto tuvieron la oportunidad de poder acoger a refugiados no se lo pensaron. Su madre disponía de un piso grande, con cuatro habitaciones, que tenían alquilado a una única persona. Por eso, hablaron con su inquilino para reubicarlo en otro lugar. «Él dijo que, por supuesto» y, también por el interés de sus hermanos Paco y Juan por poder ayudar a quienes lo necesitan, junto a sus padres, hablaron con quienes estaban organizando el acogimiento en la localidad y cedieron el piso. La vivienda está equipada con calefacción y pensaron que podría ser ideal para acoger a refugiados.

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Quienes ya se alojan aquí cambian los gestos serios mientras narran cómo tuvieron que escapar de Ucrania, por sonrisas de agradecimiento cuando se dirigen a Cándido, Elena y su hija Eva. Insisten en que no saben cómo podrán agradecer todo lo que están recibiendo aquí.

Las refugiadas que están en su hogar, también con niños, cuentan que desde su residencia en Ucrania se montaron en un autobús hasta Polonia. Un viaje, en busca de una oportunidad para escapar de la invasión rusa que duró dos días. Una vez en Polonia, pensaban encontrar allí trabajo y vivienda, pero no fue así. Les surgió la oportunidad de venir a España y llegaron hasta Casas Ibáñez. «En nuestro caso hemos llegado hace muy pocos días, pero estamos bien, con muy buena acogida», agradecen.

No dudan ante la pregunta de su deseo futuro: «Poder volver a casa en Ucrania, por supuesto». «Aquí estamos bien, pero allí está nuestra vida y queremos volver a casa», indicaban.

En principio, la ayuda se ha organizado para seis meses y son muchos los vecinos que colaboran como pueden «quienes no tienen viviendas a disposición pero sí pueden pagar un alquiler se han ofrecido a hacerse cargo del mismo estos meses» y son muchos los que han llevado ropa o alimentos, como lo destacan desde Ibañeses por la Solidaridad y el Ayuntamiento de la localidad.

De hecho, la iniciativa surgió a raíz de que desde la Concejalía de Bienestar Social del Consistorio de Casas Ibáñez se propusiera dedicar parte del presupuesto municipal -entre 16.000 y 18.000 euros- para gestionar ayudas al pueblo ucraniano. A raíz de que se aprobara esta medida, con el consenso de toda la Corporación, comenzaron los contactos para ayudar.

Creíamos que era algo que debíamos hacer porque lo necesitan, estamos cumpliendo con nuestra obligación». Alcalde de Casas Ibáñez

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Se colaboró con el tráiler cargado de productos para Ucrania que partió desde la vecina localidad de Abengibre y, a través de una Asociación de policías jubilados de Sagunto (Valencia) se establecieron los contactos para que pudieran llegar hasta aquí refugiados ucranianos, como lo explican desde el Consistorio.

De los más de 30 que han llegado hasta ahora, la mayoría viven en Casas Ibáñez, pero también hay una familia con dos niños pequeños que se han establecido en Casas de Ves y ya trabajan en el champiñón en Villamalea, con los niños escolarizados en el municipio de residencia. «Tienen tantas ganas de poder aportar, que en Ucrania tenían una empresa de limpieza y nada más llegar aquí nos preguntaron cómo podían montar algo así aquí», destaca el alcalde de Casas Ibáñez, Javier Escribano.

También una mujer y una niña pequeña que han sido acogidas por una joven familia numerosa de Fuentealbilla.

Escribano se muestra «enormemente contento con la respuesta de la población para poder ofrecer toda esta ayuda, también teniendo en cuenta cómo está la economía en nuestro país». «Nos hemos volcado desde el Ayuntamiento y las asociaciones pero esto no habría sido posible sin la extraordinaria reacción de los vecinos. Estamos muy contentos y principalmente lo están los refugiados, que son quienes importan», subraya.

«Creíamos que era algo que debíamos hacer porque lo necesitan, estamos cumpliendo con nuestra obligación», señala. Y da las gracias al colegio de Casas Ibáñez o al AMPA también «por cómo se han volcado para que los niños se integren».

 

 

 Estuvimos en Kiev un mes en un sótano, pero vimos que había que sacar de ahí a los niños»

 

Tatiana, refugiada acogida en Casas Ibáñez, insiste en que los medios de comunicación no dejen de reflejar el horror que se vive en su país por la masacre rusa.

Ella ha llegado desde Kiev y recuerda cómo allí pasó un mes bajo el sótano, donde refugió a sus vecinos del complejo residencial y donde tuvieron que estar con niños escondidos. «Solamente salimos a por algunos productos en un mes y recibimos información de que quizás los rusos usaban aquí armas químicas porque no conseguían tomar Kiev». «Nos dimos cuenta entonces de que debíamos sacar de ahí a los niños y así llegamos a Casas Ibáñez, tras un largo viaje».

Advierte que «allí la situación es muy difícil aunque haya medios que digan que los rusos se están retirando». Y recuerda cómo su familia le hace llegar imágenes de sus ciudades destruidas, «en muchos casos donde no ha quedado ni una sola casa».

Además, recuerda que también han muerto niños y que, por ejemplo, han llegado a Polonia decenas de menores de 14 años «cuyos padres fueron asesinados por el ejército ruso». «Han hecho que los niños incluso vean morir a sus padres para que teman a los rusos, para que los respeten». Hechos que narra visiblemente afectada. Conoce incluso casos de violaciones de niños o a quienes han arrancado sus dientes y se pregunta cómo van a superar, a nivel psicológico, lo que están viviendo.

Lamenta que las tropas rusas hasta han sacado con gases a personas que se resguardaban en sótanos de las viviendas «y disparado a niños frente a sus padres». «Nunca podrán volver a ser los mismos, ni los más fuertes», advierte. También apunta que los rusos inclusos roban electrodomésticos de las casas ucranianas que quedan en pie «o roban a las mujeres muertas sus joyas, ante lo que me pregunto si las esposas de los rusos serán luego capaces de usar eso, sabiendo cómo las han conseguido».

Se deshace en elogios hacia Casas Ibáñez pero insiste en que «queremos volver a Ucrania, donde se quedaron nuestras casas, nuestros esposos, otros familiares y esperamos que todo termine pronto, aunque Rusia sigue movilizando tropas. No sabemos lo rápido que terminará esta pesadilla y cuándo podremos volver a casa».

 

En Casas Ibáñez nos han acogido muy bien, pero esperamos poder volver cuanto antes a Ucrania. Allí está nuestra casa, nuestro trabajo, el colegio de los niños»

Entre los refugiados se encuentra también un matrimonio ucraniano, con sus hijos, que dominan perfectamente el inglés y que también se deshacen en elogios hacia el pueblo de Casas Ibáñez.

Comentan que ellos también llegaron desde Kiev y recuerdan cómo tuvieron que escapar en un viaje sin saber muy bien a dónde y para cuánto tiempo.

La mujer tiene grabada muy a fuego una fecha: ese 24 de febrero tras el que, por la invasión rusa, debieron dejar atrás su vida tal y como era hasta entonces, feliz en Ucrania. Su vida no ha vuelto a ser igual desde aquel día y aunque ahora se sienten seguros a miles de kilómetros de distancia y en otro país tiene claro que quieren volver a casa.

Los dos destacan que desde que llegaron, hace unas semanas, «hemos encontrado muy buena gente, que nos han ayudado mucho en todo». Pero ante la pregunta de si desean volver a Ucrania, tampoco lo dudan «por supuesto, queremos volver cuanto antes, porque allí está nuestra casa, tenemos nuestros trabajos, familia, amigos, los niños quieren volver a su colegio».

De momento, en Casas Ibáñez tienen un nuevo hogar y sus niños viven felices, sonriendo, alejados del horror en que se ha convertido Ucrania por las invasiones rusas y eso ya es una tranquilidad en este momento para sus padres, que viven cada día pendientes de las novedades que llegan desde su querida Ucrania.

  

 

Mi mujer y yo llevamos aquí 22 años. Hace unas semanas vinieron mi nuera y mi nieta, de 3 años. Mi hijo tuvo que quedarse en Ucrania»

Román lleva 22 años en Casas Ibáñez junto a su mujer. Ella vino un año antes y después llegó él. Desde entonces han estado trabajando aquí, aunque gran parte de su familia sigue residiendo en Ucrania. Hasta su casa han venido en estas semanas su nieta, de tres años, y su nuera, mientras que su hijo mayor se tuvo que quedar allí. Por suerte, pueden hablar con él cada día y, dentro de la situación, de momento está bien.

Él sigue trabajando en la compañía en la que estaba, en Leópolis. «Está más cerca de Polonia y alejado de Rusia, pero en cualquier sitio puede caer una bomba», advierte y relata que «hay días que no puede ni dormir porque en cuanto suenan las sirenas tiene que bajar a refugiarse al sótano, desde el noveno». «Bajas y no sabes cuántas horas vas a estar en el sótano», lamenta.

Cuenta cómo su nuera confía en que en septiembre ya no necesiten matricular a su nieta en el colegio de Casas Ibáñez «porque está deseando que todo acabe y poder volver con mi hijo».

Ahora dedica su tiempo libre a ayudar a los refugiados ucranianos, también con una importante labor como traductor.

Una muestra de la enorme solidaridad que se ha desplegado desde Casas Ibáñez, como en muchos otros puntos de la provincia y todo el país para acoger a refugiados ucranianos ante el horror que están viviendo y que debe cesar ya.

Estamos muy agradecidos a Eva, a sus padres y toda su familia. Esperamos que pronto ellos puedan venir a nuestra casa en Ucrania y conocer nuestro país»

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