El albaceteño Dámaso González, considerado uno de los padres de la tauromaquia actual, fue un grande en las plazas de toros y también como persona, a pesar de que seguía viviendo ‘con los pies en el suelo’, siempre amable y campechano, haciendo gala de ser albaceteño y actuando como uno de los mejores embajadores de Albacete.
El mundo del toro le tenía un gran cariño y respeto, como se ha visto en la Capilla Ardiente instalada en la Plaza de Toros de Albacete y hasta donde han llegado grandes figuras del toreo. No podía faltar su gran amigo Enrique Ponce que era el encargado de portar el féretro, en primer línea junto al hijo de Dámaso, cuando abría su última Puerta Grande al grito de «¡Torero, torero!».
Pero también han sido miles los vecinos que se han acercado, a título individual, para dar su adiós al gran Dámaso González y algunos llegaban desde lejos, como lo indicaban a la multitud de periodistas que se agolpaban en la Plaza de Toros para recoger la despedida más emotiva que se recuerda en la ciudad en mucho tiempo.
Su familia, rota de dolor, ha sentido el cariño de los albaceteños. Era su hija Sonia la encargada de dar las gracias «por el gran cariño que todos estáis demostrando por mi padre». Sus otras dos hijas, Marta y Elena, también junto a Sonia, y con su madre, Feli Tarruella, han recibido también las muestras de cariño de todos. En las escalinatas de la Catedral veíamos a las cuatro, mientras su hijo, emocionadísimo, portaba el féretro de su padre, el gran Dámaso González.
El funeral se celebra en la Catedral, que se ha quedado pequeña para poder acoger a todos los que querían dar su último adiós a esta figura del toreo, que fue grande en los ruedos pero más como persona.
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