Por Carlos Garrido
Mientras muchos se refugian en el aire acondicionado, en Don Pollo los hornos no se apagan ni con ola de calor. Una historia de tradición, fuego y resistencia en pleno centro de Albacete
Cuando el termómetro en Albacete roza los 40 grados y la calle Feria se convierte en una sartén al sol, hay un local que, contra todo pronóstico, enciende los fuegos en lugar de apagarlos. Es Don Pollo, un asador que lleva 23 años sirviendo pollos asados, guarniciones y tapas caseras al ritmo del horno y con temperaturas que, entre fogones y ambiente exterior, superan de largo los 50 grados dentro del local.
Raúl, uno de los dos hermanos que comandan hoy el negocio, lo resume con humor y realismo:
“Muchos nos preguntan cómo aguantamos el calor. Y la verdad es que no es fácil… pero entre bromas, litros de agua y mucho cariño por lo que hacemos, lo sacamos adelante”.
La historia del asador tiene un fuerte componente familiar. Fundado por Jesús y María José, hoy son sus hijos, Raúl y Jesús, quienes tomaron el relevo hace ocho años. Ambos dejaron atrás profesiones muy distintas —ingeniería y enfermería— para devolverle al negocio el alma con la que sus padres lo crearon. Una decisión valiente que hoy les sitúa al frente de uno de los locales con más solera del centro.
En Don Pollo no solo se sirven pollos con su receta propia: también hay espacio para platos tradicionales como las patatas al montón, caracoles o el ajo mataero. Y todo eso, en una cocina donde el trabajo diario se mezcla con el calor extremo, la clientela fiel y un toque de humor manchego.
Este 4 de julio celebran sus 23 años abiertos. Sin cerrar ni en festivos. “Un buen pollo no entiende de domingos”, dicen entre risas. Y lo cierto es que cada jornada es un acto de resistencia, de cocina de barrio, de oficio artesanal.
Raúl lo tiene claro:
“Aquí no solo cocinamos. Damos continuidad a una forma de trabajar con las manos, con pasión. Y eso, aunque sudes la gota gorda, merece la pena”.
Puede que el verano manchego no dé tregua, pero entre tanto calor, en este rincón de la calle Feria, el fuego no es un enemigo: es tradición.