0 comment

EXAGERADOS, AGOREROS, PESIMISTAS, DESAHOGADOS Y CHIVATICAS

Está meridianamente claro que vivimos en los tiempos de la inmediatez más inmediata, y que muchas historias dejan de tener la importancia y la relevancia que se merecen, si me apuras, a los pocos instantes de haber sucedido, eso sí, una vez que han sido convenientemente devoradas y trituradas por las redes sociales.

No habían transcurrido ni un par de pestañeos desde que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias rubricaron el acuerdo que posibilitó contar con un borrador de presupuestos para el año próximo, y que ya viaja, supongo que por valija diplomática, camino de Bruselas, donde Pierre Moscovici y sus hombres de negro, se encargarán de estudiarlo con lupa y desmenuzarlo a conciencia antes de dar su veredicto, a modo de emperadores romanos, cuando Rivera y Casado, ya estaban pasando la lija sobre las primeras cuentas de tinte progresista y socialdemócrata que conocíamos desde hacía años, tratando de desprestigiar y quitar brillo a todo lo que provenga del de la coleta y del okupa de la Moncloa, que para eso están ellos dos, oiga usted.

Un acuerdo, que aunque insuficiente en cuanto al número de votos que lo avalarán en el Congreso, es más que suficiente para abrir el debate político y buscar adeptos y adhesiones a los números y, lo que es más importante, a lo que figura detrás de ellos, a lo que se esconde detrás de cada cifra.

Tengo un amigo al que la noticia le pilló dándole vueltas al café con leche de media mañana y que, rápidamente, empezó a echar más cuentas que el Gran Capitán, mientras ponía un poco de aceite de oliva sobre la tostada crujiente, y escuchaba con agrado que es posible hacer las sumas y las restas de otra forma. Pero lo que verdaderamente le llamó la atención fue el resultado final, ya que todo apunta a que podemos tener un presupuesto diseñado para atender a la gente corriente, vamos, a la inmensa mayoría de la ciudadanía y no destinado casi en exclusiva a hacer más y más ofrendas en forma de recortes sociales a los altares de la austeridad, que según se nos ha venido vendiendo machaconamente desde la derecha de toda la vida, pero también desde la nueva derecha, que a poco que rascas resulta más casposa que la otra, era la única forma de hacer las cosas como dios y su ideario liberal-conservador mandan.

Y en esas estaba mí colega, atento a las noticias, extendiendo una fina capa de tomate sobre la tostada, pensando en su padre, al que su pensión mínima se le revalorizaría un tres por ciento, y también en su suegro, que vería la suya ajustada a la evolución del famoso IPC.

Antes de llevarse la tostada a la boca, se acordó de su amigo el maestro y sonrió al pensar que ya va siendo hora de que dejen de pintar bastos para la educación, y también de su prima la enfermera, que tanto se ha venido quejando estos años ante la falta de personal por los jodidos recortes.

Un primer mordisco a la jugosa tostada le trajo a la memoria que había olvidado ponerle una pizca de sal, y entonces se acordó de su recién nacida sobrina, que tendría la suerte de ver como el Estado se ocupa de su educación desde el mismo momento en que abrió los ojos al nuevo mundo. Con la boca llena, calculó el porcentaje de subida del salario mínimo con respecto a la época marianista y casi se atraganta al caer en la cuenta de que también se amplía el subsidio de desempleo a los mayores de cincuenta y dos años.
A mi amigo, el desayuno le estaba sentando francamente bien. Le quedaba aún por saborear la mitad de la tostada cuando escuchó las nuevas medidas fiscales que harán posible financiar todo lo anterior y se relamió de gusto pensando que no le importaría lo más mínimo que su porcentaje de IRPF subiera un par de puntos, porque ello significaría que ingresaría más de 130.000 pavos al año. Eso sí, lo de las clases sociales según el baremo de Rivera lo tenía desconcertado, porque sí alguien que cobra casi diez mil euros al mes pertenece a la clase media trabajadora, ¿él, a que clase pertenecería?, como no sea a la de los esclavos, razonó.

Sin dejar de cavilar y mientras pedía la cuenta al camarero, pudo escuchar al nuevo líder popular y a sus fieles escuderos, asegurar que estos presupuestos son la semilla de una nueva crisis, que traerían más paro, más déficit y más deuda, o que gracias a ellos en pocos años estaríamos pasando más hambre que un venezolano, chándal patriótico incluido. Redondeando la jugada con la advertencia, por no decir con la amenaza, que suena más fuerte, de que ya se encargarían ellos en poner sobre aviso de tamaña tropelía a los demás líderes europeos. Faltaría más.

A la salida de la cafetería, de vuelta al trabajo, le vinieron a la memoria de mi amigo las palabras de Casado y recordó, que durante el mandato de Rajoy la deuda española había crecido desbocada un treinta por ciento, que Montoro incumplió de forma reiterada el compromiso de déficit alcanzado con Bruselas y que, a pesar de la propaganda, cuando Mariano se vio obligado a hacer mutis por el foro, aún faltaban más de 1,7 millones de empleos para llegar a los niveles previos a la crisis, eso por no hablar de la hucha de las pensiones, que gracias a la excelsa gestión de la ministra Báñez, quedó más tiesa que la mojama.

Esta gente de la derecha es de lo más desahogada, ponen el grito en el cielo porque suben los impuestos a las rentas más altas, porque se crean nuevos impuestos a la banca para tratar de hacer sostenible el actual sistema de pensiones, porque se establecen mínimos en el impuesto de sociedades, porque se piensa en echar una mano a la ciudadanía en general y no se escandalizan lo más mínimo porque el presidente de Bankia se suba el sueldo 50.000 € del ala, llegando a los 800.000 a finales del año pasado. Sí, sí, de Bankia, esa entidad financiera que en el mejor de los escenarios nos costará a los españoles la bonita cifra de 14.000 millones de €. Para que nos hagamos una idea, casi lo mismo que gasta el Estado en prestaciones por desempleo durante un año.

Lo dicho, además de exagerados, agoreros, pesimistas y desahogados, chivaticas. Y es que hay gente que no tiene desperdicio alguno.