Por Julio Martínez
El torero extremeño es uno de los pocos jóvenes de la segunda línea que están capacitados para enfrentarse a las figuras. Tiene todo para ser una de ellas y atesora un valor al alcance de unos pocos. Valor para torear y no para tocar los pitones y mirar al tendido como si fuese Leonardo DiCaprio. Cortó una oreja con el segundo, un despojo de poca repercusión en una faena marcada por el frío, que está siendo lo más comentado de la feria. Qué cosas.
Los toros de Alcurrucén naufragaron en Albacete por octavo año consecutivo. El único que medio se dejó torear fue el cuarto, con el que hizo un esfuerzo Román. El torero valenciano ha vuelto de una cornada casi mortal con la misma frescura de siempre. Le gusta ligar los muletazos y torear por bajo. Entiende bien a los toros y es capaz de sobreponerse a casi todos los defectos bovinos. En su primero, que cogió al Sirio y, parece ser, le fracturó varias costillas, se esforzó y quiso hacer el toreo canónico. Muy deslucido fue su oponente, basto y feo. Lo más destacado del trasteo fueron las manoletinas finales, que de no ser por la espada hubiesen dado pie a la oreja. Casi lo mismo pasó con el cuarto, deslucido pero con movilidad. El estoque hizo guardia y se esfumó cualquier conato de triunfo.
La sosería del segundo toro no fue impedimento para que Ginés Marín se luciera con el capote a pies juntos. Ligazón y técnica que no transmitió a los tendidos por la nula emoción del animal. Las bernadinas finales calentaron a una plaza congelada. El espadazo fue perfecto y la petición mayoritaria, aunque no rotunda. Oreja de poco peso protestada por un sector del público.
Con el quinto, Ginés Marín hizo un esfuerzo de esos que solo se hacen en plazas importantes. Él es consciente de la relevancia de Albacete, plaza que conoce bien, y por eso trató de ligar a un toro cuyas embestidas cambiaban casi en cada muletazo. Corto, sin recorrido, tobillero y con un peligro sordo que no llegó arriba hasta el epílogo. Naturales a pies juntos cadenciosos y rítmicos. En uno de ellos, el toro pegó un derrote y enganchó al torero por el chaleco. Segundos angustiosos que calentaron aún más a un Ginés pletórico y cuya dimensión merece premio. El esfuerzo no fue rubricado con la espada y perdió así la puerta grande.
David de Miranda pasó de puntillas por Albacete. Intentó torear erguido y templado al sexto en los medios, pero su labor pasó desapercibida para unos tendidos aburridos y contagiados por el frío y la abulia lozana. Con el primero, uno de los peores toros de lo que va de temporada, no pudo ni siquiera ponerse.
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