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Historia de la primera Vuelta Ciclista a La Mancha de 1935, donde el camión de avituallamiento era de cerveza

LA VUELTA CICLISTA A LA MANCHA

Por José Iván Suárez

 

Las ruedas de las bicis vuelven a la carretera este fin de semana en el Tour de Francia. Echamos la vista atrás para recordar una prueba ciclista inédita en la historia de nuestra comunidad. A principios de septiembre de 1935, se disputó por primera vez y por última, la Vuelta Ciclista a La Mancha. El comienzo de la Guerra Civil, en el verano siguiente, acabó enterrando una competición espectacular que fue un gran éxito de participación y de propaganda.

La prueba deportiva había sido organizada por el Ayuntamiento albaceteño con la colaboración de la Peña Ciclista local y con el enorme impulso de Rodolfo Gómez Artigao. Gracias a su empeño y a la implicación de otras muchas personas; decenas de ciclistas de Albacete, Cuenca, Tomelloso, Gijón, Madrid, Barcelona, Baleares o Valencia recorrieron los 890 kilómetros previstos en las seis etapas. Héroes quijotescos “cabalgando sobre los rocinantes de acero”, como se dijo aquellos días en la prensa. Los ciclistas más famosos del momento que participaron en la Vuelta fueron Cardona, Montes, Escuriet, Molina o Esteve. Por entonces, existían equipos bien organizados como Orbea o Cruz Blanca. “Los colosos del pedal emprenderán la marcha por las tierras inmortales de la Mancha”, se escribió como reclamo.

Un periódico consolidado como Ahora, otro emergente como AS, Radio Albacete y los diarios de la capital, el Defensor y el Diario de Albacete, se ocuparon extensamente del acontecimiento deportivo. También El Siglo Futuro, La Nación o La Voz, altavoces en la prensa nacional. Y al igual que ocurre ahora, se lanzaban noticias diarias por corresponsales a pie de rueda. Manuel López Giménez, alias Malogi, fue uno de aquellos pioneros de la prensa deportiva en Albacete. En una de sus crónicas, contaba: “esperamos también que el camión de cerveza que “La Cruz Blanca” ha puesto a disposición de corredores y seguidores de la vuelta, para que nos refresque”.

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Curiosidades del ciclismo amateur de los años de la II República. Sin embargo, la afición por la bici en nuestra tierra había comenzado mucho antes. A finales del siglo XIX su uso comenzaba a extenderse. Un sport “democrático”, como decía Emilia Pardo Bazán, y de los pocos que soportaba, pues para la escritora gallega, “el sport es una moda a que solo rinden tributo los muy desocupados”. Lo cierto es que el invento de las dos ruedas había llegado con fuerza. El año nuevo de 1897, El Eco de Hellín publicaba: “La ciencia mecánica, en esta última etapa del siglo XIX, ha dotado a la industria y a la sociedad entera con diversos aparatos que, en sus infinitas aplicaciones y en su preciosidad de construcción, son el asombro de la humanidad; pero ninguno se ha extendido tanto por todas las capas de la sociedad, ni es tan útil, tan sencillo, tan cómodo y de tan fácil manejo, como es la bicicleta para el hombre. Con la bicicleta, es indudable que el hombre adelanta cincuenta años de vida, teniendo tiempo para ver el doble de cosas que, sin la bicicleta no hubiera visto nunca”. Y añadía a modo de resumen: “El ciclista posee la gran ventaja de que siempre tiene dispuesto su carruaje con un gasto ínfimo de cinco céntimos mensuales para aceite con que engrasar los rozamientos”.

Albacete, Hellín, Tarazona de la Mancha, Ayora… Cada vez eran más los lugares donde el deporte del pedal iba arraigando. Se creaban Sociedades, se construían pistas y se editaban semanarios ilustrados como “El Deporte Velocipédico”. Un testimonio de aquellos primeros años nos lo dejó Antonio Cullaré. Narra la impresión de los vecinos de muchos pueblos de Albacete al ver por primera vez, con los trajes de reglamento, a los ciclistas: “con una cohorte de chiquillos alrededor, que nos seguían con mucha curiosidad, fuimos tratados y aún admirados con mucho respeto, sin tener que lamentar ni una pedrada de población tan virgen de pedal”.

Así, en 1935, el ciclismo ya no era una pintoresca novedad, sino un deporte en completa expansión. El 1 de septiembre, a las tres de la tarde y en el Parque de Canalejas de Albacete, hoy Abelardo Sánchez, comenzó la I Vuelta a la Mancha. Tras los discursos del alcalde Romero y el gobernador civil, Aparicio Albiñana, los corredores tomaron la salida. Recorrieron las calles Tesifonte Gallego, Marqués de Molins, Plaza de Gabriel Lodares, Martínez Villena, Feria y Paseo y marcharon hasta Alcaraz. En la primera etapa venció Molina con un tiempo de dos horas, 31 minutos y 30 segundos. La siguiente etapa llegó a Ciudad Real; la tercera a Alcázar de San Juan; la cuarta a Cuenca; la quinta a Almansa y por último, pasando por Hellín, se llegó de nuevo a Albacete. Una semana intensa de ciclismo que además sirvió de gran propaganda para la Feria albaceteña, pues durante toda la carrera un camión iba anunciando el tradicional festejo. Días después se contaba en un periódico que el paso del pelotón había dejado vibrando de interés y entusiasmo a los pueblos, “por insignificantes que fueren”.

Una treintena de ciclistas acabaron la carrera. Para inscribirse habían pagado 15 pesetas en la Unión Velocipédica Española y como se decía en el reglamento, “todos los tipos de bicicletas son admitidas, con la condición de que ellas sean impulsadas por la fuerza muscular de quien las monta”. El primer manchego de la competición fue el albaceteño Sabañón, mientras que en la general se impuso Escuriet, que además de las 2.000 pesetas de premio tuvo el privilegio de ser el único ganador hasta la fecha de la Vuelta Ciclista a La Mancha.

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