Si en la década de los 60, Manolo y Ramón fueron los precursores del fenómeno fan y hoy se les puede considerar sin temor a equivocarnos, como uno de los grupos pioneros y más influyentes del pop español, ya en pleno siglo XXI, otro dúo, esta vez el compuesto por Albert y Pablo, Pablo y Albert, aspiran a asentarse como los líderes indiscutibles de las derechas españolas, las nuevas y las de toda la vida, y sueñan con ser el dúo dinámico que amenice con su verbo florido las convenciones conservadoras de nuestro querido país, ya sea con el fondo en tonos azules o naranjas, que tanto monta, monta tanto,
Me cuenta un amigo y antiguo compañero del Partido Socialista, que lo que le llevó a abandonar la Calle Pedro Coca para instalarse junto al Altozano, fue la frescura que descubrió en Rivera, el desparpajo con el que opinaba sobre este o aquel problema, pero sobre todo la contundencia con la que condenaba los vaivenes y cambios de rumbo de lo que él llamaba la vieja política. Para este amigo, el efecto Rivera duró lo que duran los peces de hielo en un whisky on the rocks, que canta Joaquín Sabina, y vino a coincidir con el enésimo viraje del líder naranja hacia el sol que más calienta. Lo que mi amigo menos soporta de Rivera, no es que en la misma frase diga lo mismo y lo contrario, sino que se mueva al ritmo que marcan las encuestas, y que todo, o casi todo, lo mida en función del rendimiento electoral que se pueda obtener de tal o cual acción, calculadora en ristre a todas horas.
Y así sigue, erre que erre, blandiendo el espantajo del separatismo catalán a modo de arma arrojadiza contra el que ose pregonar que el artículo 155 no ha de ser un fin en sí mismo, sino el último recurso que tiene el Estado para luchar contra la miopía política y el cortoplacismo que parece imperar en un poco más de la mitad de los diputados y diputadas con asiento en el Parlament de Catalunya, como sí el separatismo y sus efectos fuesen la preocupación number one de la sufrida ciudadanía española en general, y, querido Albert, lamento contradecirte, pero no lo es.
Al común de los mortales, lo que le preocupa en primer lugar es mantener o encontrar un empleo que le permita vivir dignamente, el asunto del independentismo no aparece hasta el puesto número nueve en el ranking de preocupaciones patrias. Pero eso a él le da igual y lo mismo se pasa la mañana deshaciendo nudos de lazos amarillos por aquí y por allá, que arremetiendo por la tarde contra Pedro Sánchez, acusándolo de intentar manipular a jueces y magistrados en favor de los líderes independentistas. Eso sí, siempre en compañía de Inés Arrimadas, que mucho hablar de los demás y dar consejos a diestro y siniestro, pero que no tuvo, ni el valor ni los arrestos suficientes, para presentar su candidatura a la Presidencia de la Generalitat como legítima ganadora de las últimas Elecciones, aunque fuera para perder la votación, que eso casi era lo de menos, porque el resultado estaba cantado de antemano Y es que en política, como en muchos aspectos de la vida, hay gestos y actitudes que merecen aplausos encendidos, y otros a los que solo les cabe el calificativo de cagueta.
Pero a su alter ego popular, al otro miembro del dúo conservador, no es que sea necesario ofrecerle muchas sardinas para que beba agua. Desde el mismo día en que apabulló a la candidata del aparato y ganó las primarias populares, se aplicó a seguir al pie de la letra lo que coreaban sus fieles seguidores, que no es otra cosa que darle leña al mono hasta que hable inglés, o dicho de una forma menos caustica, hasta que el okupa de la Moncloa se largue con sus bártulos a otra parte.
Hay que tener madera de líder, carisma indiscutible y un par de másteres de los de verdad, para poder caminar por la delgada línea roja que separa la legítima crítica política de la descalificación más chabacana, sin temor a caer en el precipicio que conduce a la ramplonería y sin aparecer ante la opinión pública como un cateto grosero, zafio y patán. Por muy cierto que pueda ser, que lo es, que Pablo Casado y Pedro Sánchez están en las antípodas políticas el uno del otro, no es de recibo que se prenda fuego desde la orilla popular a los puentes que necesariamente han de unir a los dos grandes partidos españoles en temas de Estado, pero de Estado con mayúsculas, y todo por querer sobreactuar en el Congreso de los Diputados llamando, más o menos, golpista al presidente del gobierno, simplemente porque su gemelo Rivera no se atrevió a tanto, o no estuvo tan ocurrente esa mañana, vaya usted a saber.
Lo cierto es, que este dúo dinámico aún sin chalecos rojos, -por Dios, rojos no, por favor- están empeñados en dejar a su izquierda a Santiago Abascal y a VOX, por difícil que esto pueda parecer. Y es que Rivera, que dijo venir para cambiar las cosas, se empeña, un día sí y otro también, en que nada cambie, al menos para los de siempre Y Casado, que se presentó ante los compromisarios que le dieron mayoritariamente su voto, sin tutelas ni tutías, a las primeras de cambio se echa en brazos de Aznar y del aznarismo, vamos, toda una declaración de intenciones de la derechización que ya se adivina en el PP, a poco que se arañe ligeramente sobre la ficticia capa de modernidad y regeneración que pregona la actual dirección popular.
La ciudadanía, que de tonta no tiene un pelo, según el último barómetro del CIS ha repartido la responsabilidad del hartazgo ciudadano en el asunto catalán, y acusa tanto a los propios partidos independentistas, como a los partidos de derechas, señalando especialmente con el dedo hacia la figura de Pablo Casado. Eso es lo que pasa cuando se sobreactúa, que se pasa uno de frenada y se dicen barbaridades tales, como que “sin el PP, España no sería lo que ha sido en los últimos cinco siglos”, o que “Sánchez es el caballo de Troya del independentismo”, vamos que le salió un piropo cuando lo que quería era dar una colleja. Y es que hay días que no está uno para nadie, por mucha cara de niño bueno que se ponga en el telediario. Y sino que se lo digan al Secretario de Organización popular, que afirmó que el actual gobierno es el más sucio de la democracia, sin acordarse que la mitad del Consejo de Ministros de Aznar está en la cárcel o investigado por corrupción. ¿Un lapsus?, sin duda.