ADOLFO JMF
El murciélago que se proyecta sobre la pared hizo algo que harán muchos albacetenses cuando se apaguen las luces de las ocho de la tarde y pasen de moda los aplausos a los profesionales sanitarios. Empezarán a asimilar lo que está pasando, cenarán una pieza de fruta y se acostarán temprano.
Yo ya me acosté temprano el día que el PNV confirmó la felonía de prestar sus votos a la moción de censura que dio el poder al tándem Sánchez-Iglesias.
No lo sentí por mí, sino por mis hijos, y por todos aquellos jóvenes que en la recta final de sus estudios tenían garantizada una inserción laboral del noventa por ciento. Un proyecto de vida para millones de personas bien formadas y con prácticas de empresa estaba a punto de arrancar en aquellas fechas de junio del 2018.
Pero no podían permitir que Rajoy se les escapara vivo. La recuperación económica y social de este país iba en contra de sus ambiciones políticas, ciegos de poder, “¡desvergüenza y desgobierno!” proclamaban al sacrificio sanitario de un perro. Y encontraron el cariño desprendido de los independentistas. Y se juntaron el hambre con las ganas de comer.
El virus no ha hecho más que acelerar el proceso de descomposición de un Gobierno desnudo de contenido, pero lleno de ideología y programa pseudopueril en el peor de los sentidos (“a veces, niñas y niños, hacemos las cosas mal y os pedimos perdón…”). La geolocalización de los ciudadanos, el ingreso mínimo vital y la dependencia del Estado de millones de personas es lo único que les mueve. Pobreza. Racionamiento.
España se pegó un tiro en los dos pies. Y cuando los miles de españoles que hoy cantan el po-rom-pom-pe-ro bajen de los balcones a la locura, será muy tarde, no sólo para mis hijos, sino para los hijos de nuestros hijos.
Yo ya me acosté temprano hace tiempo.