Por Julio Martínez
Encerrarse con seis toros en Albacete sin ser profeta es literalmente una encerrona. Una ruleta rusa bajo el yugo de una pistola que alberga seis balas y que está en manos de algún paisano que bien podría ser sicario en cualquier instituto de Wisconsin.
Si en Estados Unidos hubiese toros per se, Donald Trump y la Asociación del Rifle convocarían encerronas semanales con toreros mejicanos.
Nunca podrían ni deberían llamar a Rubén Pinar. El torero manchego es capaz. Es la mejor definición de su tarde. Llegó al sexto completamente reventado. No podía más. Dejó al desastre de Daniel en el tercio y se fue camino de la espada diciendo: “Bah, no vale pa na”.
Completó, pese a desfondarse, su hazaña. Es sin duda el torero más importante del siglo XXI que ha parido La Mancha. Abrió fuego con un toro de La Reina. Saludó de blanco y plata una calurosa ovación que, eso sí, tardó en llegar.
No hay que ser de ninguna peña taurina para saber que Rubén Pinar no termina de calar en Albacete. Ni siquiera este domingo. Tras responder a las pírricas palmas se fue convencido a porta gayola, algo poco usual en él.
Pidió ligera cera en el caballo, pese a que fue derribado Agustín Moreno de fea manera. Buen arranque de feria para el Pimpi, que aunque pasen los años sigue conociendo perfectamente a todos y cada uno de los habitantes de la plaza. Quitó Pinar por vistosas y forzadas altaneras, una fórmula que comprende chicuelinas y tafalleras siempre estática la planta. Saludó Morenito de Arles tras parear con suficiencia y brindó el matador a su pueblo.
Arrancó en los medios con ajustados cites por la espalda. El pase de pecho talavantino marca Hacendado mirando al público tuvo más eco que solvencia. No es Pinar torero de gestos figurantes. Relajado y acompasado, extrajo todas las virtudes de un sensacional toro de Joselito. La magia del temple fundamentó una labor que fue siempre a más. Los naturales fueron de seda y la solvencia, la argamasa para edificar una obra a la altura del top level de Pinar. La estocada al natural cayó perfecta, pero la presidenta no quiso conceder el doble trofeo. Es complicado decir algo del palco, porque hasta una coma puede ser tildada de machista.
Digamos que la usía hizo el ridículo queriendo aparentar unas ínfulas de rigor manchadas de rancia egolatría y podrida vanidad. Recuerdo broncas épicas a Coy y a Cuesta. Y recuerdo también verlos en el descanso tomando un vaso con la afición sin problema ninguno. La sucesora del rigor bajó escoltada del palco, por si acaso. El síndrome megalómano de Pedro Sánchez afecta también a la Tauromaquia. Con el segundo y el tercero, Pinar evidenció que va sobrado de oficio y técnica. Le vale prácticamente todo y es un profesional con mayúsculas. La lámina de Alcurrucén, tullida por accidente en una mano, y el killer zurdo de Garcigrande, capaz de aniquilar a medio escalafón, deslucieron el primer acto. En el descanso, libre de postureo en el callejón y de micrófonos, cámaras y plumas, aprovechó Pinar para tomar aire pensando en el vendaval que se le venía. Un Victorino de la última época. Armado como un yanqui, con estatura de NBA y con cuerpo de base prebenjamín. Una sinrazón de animal que le robó a Pinar hasta el último soplo de sus entrañas. Cumbre el torero. Seguro que hasta la presidenta puso atención. Ni una pipa en el tendido. Toro tobillero por antonomasia. La muleta de Pinar y sus gónadas, al servicio de la épica. Fue capaz de arrancarle incluso naturales relajados. Obra para profesionales. Más de uno en su casa no sabría por dónde meterle mano. Una batalla de las más crudas que se recuerda en esta plaza. Sin un mal gesto ni una carantoña. Todo por derecho. Rubén Pinar ha resurgido con Victorino y con este “Colombiano” se ha terminado de consagrar en la corrida dura. El torero era el chino de Tiananmen delante de un tanque. Para matar se enfrontiló con él y lo cazó casi hasta la bola. Ni un pero. Oreja que debieron ser dos, esta vez por ignorancia del dominguero invitado. Quinto y sexto se fueron con una oreja menos, cada uno. No fueron ni mucho menos las mejores faenas de la tarde, pero después del esfuerzo con el de Victorino era comprensible el estado físico y mental del torero. Con ese quinto volvió a porta gayola y recetó después capotazos bullidores que calentaron la plaza. Quites y muletazos postreros de esos que se dicen disfrutones. La boyantía y la codicia del animal exprimieron al torero de Tobarra, que sacó todas sus armas jaleado por Dávila Miura, que se lo pasó pipa en el callejón. Oreja y dos vueltas al ruedo tras un nuevo petardo autoritario.
El pobre torero, entiéndase lo de pobre, se metió en el callejón convencido de que, hiciese lo que hiciese, no iba a cortar dos orejas a un toro. Y así fue. Una ópera bufa para echarse a llorar. Al de Daniel Ruiz, feo como él solo y desmochado nada más rozar las no menos feas tablas del 1, le tocó pechar con la versión desfondada de Pinar. No podía más el torero. Le cortó una oreja por insistencia, pero él ya era consciente de que la gesta había sido consumada. Vacío y pleno de orgullo abandonó el coso, a hombros, por octava vez consecutiva. No le va a servir para absolutamente nada si este próximo domingo no triunfa en Las Ventas, pero el respeto de su plaza se lo ha ganado y ya opta a triunfador de la feria.
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