Ahora que se acercan las fiestas de San Juan y, por lo tanto, toca volver a pasar por las urnas, con la esperanza de que esta vez sea la buena y seamos capaces entre todos de formar gobierno, he echado una mirada a mi izquierda y a mi derecha, para ver qué es lo que me encuentro y qué es lo que me ofrecen para intentar modificar mi voto de vísperas de la pasada Nochebuena.
Cuando miro a mi izquierda, denoto muchas ganas de revancha, no alcanzo a comprender de qué, por qué, ni a santo de qué, pero eso es lo que percibo. Y no es solo lo que percibo, también es lo que leo, algunas veces entre líneas y otras, las más, bastante más a las claras. Revancha es lo que escucho de boca de destacados dirigentes del refrito de partidos que conforman Unidos Podemos, y revancha es lo que veo en televisión, cada vez que el jefe de las confluencias aparece en la pantalla, que es casi todos los días, puesto que ha o han decidido que la mejor forma de lavar su imagen tras al tortuoso y fallido proceso de formar gobierno es centrarse en la tele y abandonar los mítines, la calle y sus gentes, porque a nadie se le debe olvidar que el único culpable de que Rajoy siga de inquilino en la Moncloa es el mismísimo Pablo Iglesias. Él y solo él tenía la llave para desalojar el PP del gobierno y prefirió, con tal de ver cumplida su obsesión de adelantar al PSOE, ir a nueva cita electoral, importándole mucho más ver satisfecho su ego que la sufrida y cada vez más desatendida ciudadanía.
Y no deja de sorprenderme el culto al líder que profesan muchas de esas televisiones privadas, cuando ese mismo líder fue el que afirmó no hace mucho que “la existencia de medios de comunicación privados ataca la libertad de expresión”, allá cada cual con su estrategia mediática y con sus intereses comerciales, pero avisados están: Cría cuervos…
Pero lo peor de todo es que, aparte de las ganas de revancha o del sorpasso que queda mucho más fino, poco es lo que escuchamos desde la bancada de Unidos Podemos. Sin contar, claro está, el resultado diario del izquierdómetro, ese aparatejo fabricado en exclusiva para ellos y que ponen en marcha todas las mañanas con la mano izquierda, tras apagar el despertador con la derecha, porque todo tiene su liturgia, y que mide, desde su óptica, quien es más de izquierdas.
Y no me extraña, porque poco se puede escuchar. Uno de los firmantes del pacto del botellín, Podemos, debe de ir ya por la cuarta o quinta versión de su programa electoral, y con cada versión el programa se vuelve cada vez más ambiguo, a fin de cuentas ya dijeron en su día que no son de izquierdas ni de derechas, que eso lo dejan para los viejos partidos, y si esto fuera un partido de fútbol, a esta forma de actuar se le tacharía de tacticismo, loas y alabanzas al Papa Francisco incluidas.
Y del otro firmante, de Izquierda Unida, poco nuevo se puede esperar, primero porque es un partido viejo y segundo porque para entrar en la confluencia ha tenido que renunciar a la III República, a la nacionalización de las eléctricas y al no a la OTAN, y todo ello por aspirar a contar con ocho puestos en las candidaturas con ciertas posibilidades de obtener escaño. Todo tiene un precio y el televisivo Iglesias no regala nada y menos a quien está dispuesto a pagar lo que le pidan con tal de tocar pelo, sí es que al final pueden y le dejan.
Cuando giro la cabeza a la derecha, con el primero que me encuentro es con el Ciudadano Rivera y sus obviedades, aunque sus corifeos intenten elevarlas a reflexiones de estadista. Decir que “no quiero que España se parezca a Venezuela”, cuando más de la mitad de los venezolanos quisieran que Venezuela no se pareciera a Venezuela, o argumentar que “lo que quiero para mi país es un sistema educativo que le garantice a mi hija las mayores oportunidades”, para luego abstenerse en el Parlamento cuando se debatía la retirada de la Ley Wert, no dice mucho de quien ya solo aspira a ser un partido bisagra, dispuesto a pactar con Tirios y Troyanos con tal de disponer de un altavoz desde el que convencernos de que la segunda transición solo pasa por él. No me extraña que le confesara a Susana Griso que “intento gestionar mi ego”, que, visto lo visto, debe ser de aúpa.
Y, por último, un poco más a la derecha aún, nos encontramos con Rajoy y el Partido Popular. Un Rajoy que brindó con champán, porque el cava catalán no se estila mucho por La Moncloa, mientras Garzón e Iglesias entrechocaban sus botellines. La confluencia de intereses había logrado lo que la ciudadanía le negó en diciembre, disponer de serias posibilidades de continuar disfrutando de alojamiento gratis en La Moncloa y permitirle relanzar su campaña electoral entre el maremágnum de casos de corrupción que asolan las sucursales que Génova 13 tiene repartidas por España, las investigaciones judiciales sobre supuesta financiación ilegal del PP durante años, las andanadas que continuamente recibe del que fuera su principal valedor y unos datos económicos y de empleo mucho más que discutibles, pero de los que presumen como si fueran verdades irrefutables y sobre los que están basando sus promesas electorales, bajada de impuestos incluida, olvidándose de los recados que nos envían desde Bruselas.
Como votante socialista a mi izquierda solo veo ánimo de revancha, a mi derecha me encuentro con el bienqueda de Rivera y, un poco más allá, al PP y sus trileros, por lo que cada día estoy más convencido de que la única opción válida que nos sacará de este atolladero es confiar en el PSOE y en Pedro Sánchez. Los motivos, los mios, la semana que viene. Paciencia.