Julio Martínez
Hay equipos cuyo hogar es el camino. El fútbol nómada es el refugio de todos aquellos que soñábamos con el Bernabéu hasta que conocimos el bar de al lado de ese primer equipo en el que dimos un paso atrás. El Albacete es un albergue que aloja todo tipo de profesionales que andan en busca de ese contrato tocho para poder posar con algún coche bueno en Instagram y poner de fondo ‘La Jeepeta’. Y los parguelas que vemos esas historias y que bancamos a tamaña cantidad de mercenarios somos los que hemos tenido la suerte y la desgracia, a partes iguales, de acudir al Belmonte desde pequeños todos los domingos. Aunque en ese target, aquí solo por desgracia, “habemos pocos”.
El cristiano va a misa porque es la máxima expresión de su religión. El encuentro. La salvación. El perdón de los pecados. Ver al Albacete siendo medianamente fanático de su historia y su camino es casi tan profundo como una religión ancestral. Por eso queremos ir a misa cada domingo. A la misa que, por el lavado de manos de un Ramis desamortizado por la administración Kabchi-Mendizábal, conduce cada tres días el bueno de Lucas Alcaraz. Es un párroco que no sigue los cánones del libro sagrado del fútbol. Cada día suelta su sermón y allá que van sus discípulos a una misión inconcreta. En Santander, Alcaraz terminó de sellar su sentencia de muerte en este Albacete. Terminará la temporada y seguramente salvará al Albacete, pero el proyecto no debe seguir por esta vía.
Una vía viciada desde el mismo momento en que el tal Mauro confeccionó una birria que nos ha llevado hasta a aborrecer la birra. Si en la misa es el vino el que te une al credo, la cerveza te funde con tu equipo y con tus colegas aficionados. En el Albacete ya no se diferencia la cerveza de la Cruzcampo. El Alba de Lucas Alcaraz es el “pero” de Ignatius Farray, te puede contar la historia más rocambolesca en rueda de prensa y te puede incluso convencer con un fútbol feo, ineficaz y con visos de mejora, pero siempre hay un pero. Infame fue el partido en Santander y magnífico el resultado. ¿En qué quedamos?
“Somos un equipo de más ritmo sin balón que con balón”. Ese es el análisis que Alcaraz hizo después de ganarle al colista, que jugó casi todo el partido con uno menos y que no mereció perder. Más ritmo sin balón que con balón. Reconozco que antes de escribir estas líneas siempre espero a escuchar el sermón de Lucas, pero creo que nunca mas lo haré. Más ritmo sin balón que con balón. Albacete Balompié. Te lo juro.
Por lo del ritmo sin balón se referirá Lucas a no dosificar los esfuerzos de un Gorosito cogido con alfileres y a tener siempre sentados a los que saben darle ritmo al balón. Se referirá también a esos saques de banda a la olla que, salvo al Quintanar del Rey de Tolo Ocaña, no le han funcionado a nadie. Kecojevic, que se supone que ha de rematar con garantías, es el que va a sacar de banda y no llega ni al área pequeña. Ese es el ritmo sin balón de un equipo que juega contra diez.
Se acabará la temporada, se salvará el Alba y empezarán a especular con fichajes, cesiones, altas y bajas, pero nadie nos explicará lo del ritmo sin balón jugando contra diez tíos que llevan todo el año descendidos. Es probable que ese ritmo se refiera a la intensidad, pero visto lo visto, solo Zozulia y Pedro tienen cierta conciencia de clase manchega. Cuando agreden a alguien del Alba o hay un posible penalti o un jugador del otro equipo hace una entrada para llevarse la roja nadie del Alba va a protestar. Podríamos decir que se la suda, pero eso sería piropearles. Cuando te estás jugando el descensos te tienes que comer al árbitro, pero claro, aquí lo importante es dominar el ritmo sin balón.
Eso puede explicar también ese magnífico 4 vs 3 de la segunda parte en el que Álvaro Jiménez, Chema Núñez, Manu Fuster y Alberto Benito se plantaron en el área del Racing con 1-1. Los 4 para 3 se suelen entrenar los jueves o viernes, siempre pegado al partido. Cuando coinciden dos delanteros, un extremo y un lateral, en cualquier equipo serio el lateral es el que aporta la mayoría, pero en este Albacete de Alcaraz es el que finaliza la jugada y, por supuesto, falla. Lo del ritmo sin balón.
Si acompañan los resultados, esta victoria es una cuasi salvación, pero la imagen de Santander ha sido lamentable. Los narradores del Plus no daban crédito y, se supone, tienen que ser ecuánimes en sus juicios. En ese vaivén en el que nos ha instalado Lucas Alcaraz, no cabe otra que soñar. Soñar con la permanencia como punto de fuga en ese camino en el que se ha convertido el Albacete. Estación del camino de muchos jugadores, pero camino también en el filo de lo profesional y lo semiprofesional. Queremos seguir yendo a misa los domingos, pero el ritmo, si puede ser, queremos tenerlo con balón.