40
Por Julio Martínez
El Albacete se ha convertido en un complemento para los albaceteños. Algo que ponerse cuando llega mayo y hay que jugarse algo importante. Ponerse ciego, también. Sacar la camiseta aquella del jugador número 12 de EL PUEBLO DE ALBACETE y acercarse en el recibimiento al que lleva la bengala para colgar la mejor historia de Instagram. El único recuerdo del Alba que queda en Albacete es el himno y ese que aun pregunta “cómo va el Alba”. Ya no hay ni recibimientos por la Avenida de España. El Alba ya no está en la calle y eso se nota un viernes, un sábado y un domingo. Haga frío o haga calor. Líder o colista. Con las entradas a cinco o a veinticinco. Ni abriendo las puertas hubiesen metido más de 5.000 esta noche de viernes en el Belmonte.
Es el drama de un líder invisible. El Alba tiene que volver a los colegios. Los chavales tienen que conocer a Fran Álvarez, entre otros. Tienen que volver a ilusionarse y pedirle a su viejo que los lleve al fútbol. La política de comunicación debería centrarse en los que no van al fútbol. Puede sonar extraño, pero es la tendencia de los que funcionan ahora en este gremio de la mercadotecnia. El Alba no debe mirar tanto al que entra en el campo sino tratar de entender qué está haciendo el que no entra. Y que alguna vez entró, seguro. Los 4.700 de este viernes no necesitan que les recuerden que juega el Alba.
{loadmoduleid 6430}
Esos no necesitan un hashtag. Esos ya están. Conviene, eso sí, no seguir perdiendo aficionados. Los que mandan ahora han demostrado ser tremendamente eficaces para algunas cosas, pero en lo fundamental siguen anclados en el medievo. Y toda la culpa no se le puede echar al coronavirus. Es evidente que el año a puerta cerrada fue la puntilla para muchos abonados históricos que necesitaban esa excusa para decir “hasta aquí hemos llegado”. Seguro que conoces a más de uno. Y eso no quiere decir que no sea del Alba o que no quiera lo mejor para el Alba. Eso quiere decir que el hartazgo es mayúsculo y que ser líder ya ni siquiera es suficiente. Que el problema tampoco era el tener que hipotecarse para ver al Sanluqueño en el Belmonte.
En un partidazo en la línea de lo que viene siendo la temporada del equipo de Rubén de la Barrera, duele a la vista ver ese pasotismo. Quizá ese playoff frente al Mallorca fue la última gran cita para captar abonados, pero lo que vino después fue atroz. Igual que este año se ha empezado de cero en lo deportivo y se están consiguiendo unas cotas de fútbol que hace años que no se veían –mirándolo con perspectiva, claro-, convendría hacer un análisis de por qué el Alba es cada vez mejor equipo y, sin embargo, está más solo que nunca. El retorno a Segunda se toca casi con los dedos y no duden que en mayo-junio se llenará el Belmonte para celebrarlo, la fuente se desbordará y las camisetas del jugador número 12 y las bufandas que regalaban con el abono en 2001 saldrán a la calle. Pero eso, señores del Albacete, no es un logro. Porque esos que salen a la calle están ahí, en sus casas, con Netflix.
El objetivo no debe ser que salgan a la calle para celebrar el ascenso. El logro de este Albacete será que esos apaguen la tele, se calcen y vayan un viernes al Belmonte a ver a su equipo. Hasta entonces, el Alba solo es líder para 4.700 personas. El Alba es cada vez menos de Albacete.
{loadmoduleid 6455}