Más allá de la bajada de consumo de queroseno un 80 por ciento, y de lo bien que marcha la Transición Ecológica de este Gobierno -diríase que viento en popa-, con plantígrados, ánades, roedores y ungulados de todo pelaje y condición instalados ya en las terrazas de España, lo cierto es que la legislatura del matrimonio de inconveniencia, Sánchez-Iglesias, ha saltado por los aires. Y Rufián lo sabe.
Y no porque ambos no estén poniendo de su parte (los dos llamaron loco al director del Mobile World Congress de Barcelona), incluso puede que la presunta renta mínima vital sea el canto del cisne de este engendro orwelliano que tanto añora al Ministerio de la Verdad, sino porque una de las patas que sostienen este banco, el de las mesas bilatelares con relator internacional, empiezan a tener ya el color sepia de la calle del Olvido.
Si algo ha confirmado esta sacudida vírica es la insoportable levedad de las fronteras y, acaso, los españoles no tengamos el cuerpo a estas alturas, sobrepasada la cifra oficial de veinticinco mil personas exhumadas sin rostro, sin familia y sin duelo (lo que la verdad esconde está en los registros civiles), digo que quizás no tengamos el cuerpo para levantar nuevos muros en un mundo que es un pañuelo lleno de patógenos.
Pero es que, además, este Gobierno que sortea como puede una de las mayores tasas de letalidad por millón de habitantes y que a veces, atención niños, comete errores (¿somos los españoles, acaso, de peor condición frente a los microbios?) no va a poder ni tan siquiera comprar voluntades, sencillamente porque la recesión será de tal magnitud, y el estallido tan brutal, que no tendrán quienes las sostengan.
Con estas cartas marcadas por la tragedia, y con un Ejecutivo noqueado por el oprobio de tragarse el sapo del apartheid sanitario a los mayores de 80 años (¿era esto el Escudo Social?), ya me dirán si no queda reducida a cenizas esta legislatura que, a falta de definir funerales de Estado, siempre podrá guardar en la memoria al bueno de Excalibur, el perro que mereció mejor suerte durante la pandemia del ébola.
Así pues, no habrá campas en la Puerta del Sol, ni pintadas con esmalte rojo en las sedes del partido que sostiene al Gobierno que con tanto celo aplica la Ley Mordaza, pero sí será cuando la España de los balcones desescale a la nueva normalidad de la rebusca orgánica en que añore ese tiempo en el que éramos felices, y no lo sabíamos.