Julio Martínez
“Menudas caras tendrían estos si se me llega a dar a mal”. Nuestro poeta manchego de cabecera, García Carbonell, siempre fue preciso a la hora de establecer la fina línea entre el triunfo y el fracaso. “Entre estar bien y estar mal, andar de cabeza, muchas veces no hay mas que un pelo”. Juan José enfocaba esto a las tardes de tronío de un tal Juan, torero de los que no acostumbraba a salir airoso. Decía de él, citando a Vicente Barrera: “Mira Juan, en esto coges el sitio y lo pierdes, vuelves a coger el sitio y lo vuelves a perder; pero no sabes cómo viene y cómo se va: lo que sí sabes es que estás en vena, o en que todo lo que hagas saldrá mal; cuando no estés en vena no hagas el tonto; si chillan que chillen; aunque se lo explicaras no lo entenderían”.
Imagínense a Lucas Alcaraz explicándonos el porqué de la alineación, o contándonos por qué dice que los jugadores tienen coraje de guerra. O mejor, porque tenemos que escucharle decir que “las sensaciones del principio cuentan mucho y son buenas”. El Albacete ha vuelto a ser en Almendralejo el equipo de siempre, la purria extrema. El equipo de Alcaraz no está en vena y huele a descenso, pero muchas veces, cuando razonas y tratas de explicar algo, no eres capaz de entenderlo ni tú mismo.
¿Por qué ganó el Albacete en Almendralejo? ¿Por qué sacó Alcaraz un once de chiste? Una pregunta no se puede responder con la otra, pero está claro que el fútbol siempre nos depara maravillosas casualidades. En este miércoles de rifirrafes políticos por la mañana, de CIS a mediodía y de confesiones homosexuales ya entrada la tarde, solo faltaba una cosa para agarrar a la noche por la solapa: un partido de mierda del Alba y una victoria que hemos chillado en una voz muy baja, pero de las que te deja ronco. Una victoria pírrica y sin más sabor que el de la huida. Un sinsentido de fútbol que a veces premia a los más rácanos. Un Albacete que no nos gusta, pero que nos encanta. Un equipo que no está en vena, pero que se permite el lujo de celebrar los goles bailando.
En el minuto 5, dos defensas –uno, fuera de sitio y otro, fuera de forma- ya llevaban tarjeta. En el 8, Gorosito tenía cara de minuto 118 en agosto. Al final se llevó tarjeta hasta Alcaraz, que cerró una de las semanas más extrañas en la historia del banquillo blanco con un victoria balsámica. Nunca imaginé una sucesión de declaraciones tan esforzadas desde que Schuster dijo que no se podía ganar en el Camp Nou. Algo que parecía evidente, salvo que fueses entrenador del Madrid. Eso le costó el puesto, un puesto, el de Alcaraz, que pende de un hilo. La victoria le ha salvado, pero las sensaciones, Alcaraz, no son buenas. No nos venda la moto. Es el peor Alba de los últimos años.
El Albacete ha ganado gracias a un error y se ha salvado porque enfrente tenía a un Extremadura que está solo un poco peor que nosotros, aunque juega mucho mejor. El otro día se dijo que el Almería mereció perder y que el Albacete casi había emulado al Brasil del 70, pero no he leído ni escuchado a nadie decir que lo justo hubiese sido que el Extremadura se hubiese llevado los tres puntos, o al menos uno.
Por suerte, los tres puntos se vienen para Albacete. Hay que rentabilizarlos de la misma manera que le sacamos partido a cada gol, porque de nada servirán si el equipo no tiene la misma fortuna que este miércoles. El Alba no está en vena, el Alba no está para hacer el tonto. Chillar no podemos, porque no nos dejan entrar, y difícilmente nos podrá explicar Alcaraz qué hace, por qué lo hace ni cómo lo hace. Sería como contarle a un madrileño si son Casas Colgadas o Casas Colgantes. No hay que darle muchas vueltas, en eso sí coincido con el míster. Lo de Extremadura ya es historia y hay que empezar a rezar para que el Huesca no tenga su día. El Albacete no sabe lo que es tener su día en lo que va de 2020, pero el azar es el otro milagro oculto del fútbol.
Habrá pues que rezar como hacía Juan, el torero predilecto de García Carbonell. Cuando ya había consumado el triunfo, se iba a la capilla del hospital, con la tenue luz del sagrario, fija y sin temblor alguno. Allí se arrodillaba él, como tantos han hecho por el Alba. Cerraba las ojos y recordaba a todos los que ya no estaban. Se sentía a gusto, en un lugar al que no suelen acudir los triunfadores. Y al final de todo, lo único que podía decir era: “Perdóname, Señor, te quiero. Perdón, Señor”. Mucho habremos de pedir perdón por el daño que le hace al fútbol este equipo, pero ojalá lo hagamos después del triunfo que sucede a la salvación. Entonces, por fin, podremos decir que estamos en vena.