0 comment

La fábula de la regidora y el lugarteniente del ‘Verano de Colores’

En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre me acuerdo todos los días, existía una regidora municipal, que decía estar preocupada por el bienestar de los niños y niñas del lugar. Y, preocupada también, hasta el desvelo, por hacerle un poco más fácil la vida a las familias de estos niños decidió, supongo que tras una mala y larga noche de insomnio, acabar con la gratuidad de las escuelas de verano. Y al igual que les puso un nombre muy bonito, ‘Verano de Colores’, también les fijo un precio prohibitivo para muchos de los habitantes del lugar, eso sí, por el bien de la comunidad, por el interés general, porque no le queda otro remedio y porque hay que hacer lo que Dios manda, aunque no nos guste lo que nos manda y olvidando que tenía guardados a buen recaudo, en un cofre bajo siete llaves escondido en un lugar de su Palacio Municipal que solo ella conocía y lejos de las miradas inquisitivas del avariento recaudador municipal, más de ocho millones, no de euros, sino de maravedíes, ducados, doblones, escudos, o la moneda de curso legal que existiera por aquellos lares.

Tras esta meditada decisión, le encargó a uno de sus lugartenientes llevarla a la práctica. El lugarteniente, de nombres evangelistas, con diligencia se puso a la faena, y tras largas cavilaciones y otras tantas noches de insomnio, acertó a dar con la fórmula que, por un lado, le permitiría agradar a su regidora, y por otro, hacer clientelismo fácil entre los hacendosos y laboriosos miembros del gremio, además de ganarse los favores de la jardinera de la Corte, ya que se encargaba de mantener, con primoroso cuidado, los parterres y espacios verdes del Palacio Municipal.

No lo dudó ni un instante y ante tan brillante plan, decidió convocar en su despacho a unos cuantos y escogidos miembros del gremio y a un protegido de la jardinera de la Corte, donde les contó su brillante plan, que a la sazón consistía en dividir el trabajo del programa ‘Verano de Colores’ en siete partes y que cada uno de los asistentes, que también eran siete, llevase a cabo una de las partes.

Los comerciantes intrigados le preguntaron si el lugar disponía de suficientes caudales para hacer frente a los gastos que acarrearía el programa, si las partes en las que se dividía el programa eran iguales y como se repartirían las mismas para no causar agravios entre ellos, que a fin de cuentas habían sido invitados a participar y no al revés, por lo que no deseaban enemistarse los unos con los otros.

Ante tales disquisiciones, la sonrisa del lugarteniente apareció en su rostro, pues lo tenía todo atado y bien atado, que dijo aquel. Por los caudales no habría que preocuparse, pues serían las buenas gentes del lugar que bien por necesidad, por placer o porque no tuvieran quien cuidara a sus hijos una vez finalizado el periodo escolar, quienes se harían cargo del coste del programa por muy costoso que fuese este, porque ya se sabe, “que el que algo quiere, algo le cuesta”. En cuanto al reparto y habida cuenta que no era posible hacer las siete partes iguales, lo mejor sería proceder a un sorteo, de tal forma que a “quien Dios se lo dé, San Pedro se lo bendiga”.

Algunos comerciantes estaban algo recelosos, pues temían que si llegase a oídos del magistrado del reino tal reparto, no lo aprobase por ser contrario a la ley del libre comercio que imperaba en el lugar. Pero ante la posibilidad de ganarse unos buenos sueldos, en una época en la que era mucho más difícil encontrar un trabajo, que una promesa electoral cumplida, decidieron acceder a lo solicitado por el lugarteniente; y accedieron, a regañadientes, a firmar un pacto de silencio sobre lo ocurrido, aunque una doble sombra de preocupación oscurecía sus forzadas sonrisas, pues no querían contrariar al magistrado, ni a otros miembros del gremio que se quedarían fuera del reparto.

Unos días antes de que colgasen de las fachadas de los edificios del lugar el Bando que anunciaba el comienzo del programa, un par de comerciantes, angustiados por la falta que acaban de cometer, decidieron enviar misivas anónimas al magistrado, para poner en su conocimiento los hechos y la confabulación de la que formaban parte, para así, a la vez que liberaban a su alma del tormento, intentar remediar el agravio producido con el resto de miembros del gremio.           

Ante la ruptura del pacto de silencio, el magistrado tomó cartas en el asunto, descubrió el amaño ideado por el lugarteniente, al que arrestó, juzgó y condenó a galeras. Amonestó públicamente a la regidora por intentar cobrar a la ciudadanía otro impuesto más por un servicio que hasta ahora habían recibido de forma gratuita. Amonestación que hizo que cayera en desgracia ante sus conciudadanos, que hartos ya de tantas promesas incumplidas y de tantas mentiras, decidieron repudiarla y relevarla del cargo. El verano infantil fue de nuevo gratuito, puesto que utilizaron para ello los caudales escondidos por la regidora y todos comieron perdices y fueron muy felices.

Ahora vendría eso de ‘colorín colorado, este cuento se ha acabado’, sino fuera porque hay veces en que la realidad supera la ficción. Y si no que se lo pregunten a la alcaldesa de Albacete, al concejal de Empleo y a la ciudadanía, que este año verá como tiene que pasar por caja, si quiere llevar a sus hijos al ‘Verano de Colores’, además de aflojar un máximo de 50 euros por niño/a y quincena.

Una vez hecha pública la denuncia del supuesto reparto, no sabemos si el ‘pacto de caballeros’ o de ‘silencio’, califícalo, querido lector, como estimes oportuno, se mantendrá o no, pero en cualquier caso el mal ya está hecho, tiene un nombre, un responsable y una consentidora.

La paciencia tiene un límite y la capacidad de aguante también. Ante los malos gobernantes, sus continuos incumplimientos y falsas promesas, de un momento a otro, la ciudadanía dirá ¡Basta ya!, y entonces ya no valdrán los ‘madremías’.